Dos parejas entrelazadas por el sentimiento de desapego a sus respectivos, llevados por la infidelidad entre ellos mismos, deberían de ser suficientes argumentos desde la responsabilidad de una historia por contar para hacerlo con la seriedad y templanza que necesita la temática amor, sexo, soledad, felicidad. John Curran nos tranporta a un mundo un tanto forzado no por los personajes sino por las situaciones que los atañen, dos parejas serias, dos casas distintas, dos amigos y compañeros, en el que la ambiguedad de las intenciones y fines de las infedilidades de sus actores no queda demasiado claro. En una primera parte en la que a mi entender demuestra tener que explicar lo sucedido, la película decae en una lenta agonía de silencios y conversaciones tratando de mostrar algo evidente, el sexo como diablo incubierto y la falta de felicidad como motivante, es evidente y tratar de seguir explicando paso a paso no es necesario. Algunas, escenas por su talento visual y su grandeza de lirismo acompañado de una banda sonora realmente coherente con los sentidos la mecen en una línea de realidad, irrealidad en la que pretendes rescatar lo que necesitas y pasar de lo demasiado pastoso de los momentos.
Una segunda parte más abierta, más dinámica, más auténtica aunque no por ello dejando de ser extraña en cuanto a las reacciones, se muestra más agradable a la hora de continuar con un devaneo que poco a poco va llevando hacia un final claro pero poco sorprendente. No es interesante que ese final sea de acuerdo con la normalidad, es la manera de llegar, gastada y delicada, como si la película se fuera a romper, aún lenta pero bella y crispada dentro de una urna que si has conseguido hacer tuya tiene el film. Agónica, con más momentos de calidad que mediocres, asombros de duda, tenaz en su dinámica, consigue no un universo propio pero sí una galaxia de ideas y matices de los personajes que a pesar de resultar un tanto indisciplinados y niños en un comienzo muestran entereza dentro del llanto fácil para soportar esos momentos finales.
Laura Dern se muestra sobreactuando en aquellas escenas de sobra, aclaratorias que tanto chirrían, pero en cambio se transporta a sí misma en esos otros momentos en los que la fiereza de su personaje lo necesita, su compañero es muy justo pero su personaje también, en el otro emparejamiento no es necesatio ser demasiado expresivo ni talentoso para seguir adelante con un par de almas en pena.
La delgada línea roja que casi siempre cae del lado del buen trabajo y agradable guión al menos para la forma y necesidad del drama, asusta, irrita, y es una película que necesita del mimo de la paciencia para conseguir que nos quedemos atentos para apreciar las cosas grandes que tiene.