Crítica de la película Buscando Un Beso A Medianoche por Iñaki Ortiz

Existe todo un submundo en estados unidos, de cine independiente muy barato que se queda un poco en tierra de nadie. Su condición independiente y su bajo presupuesto la alejan de un público mayoritario que posiblemente nunca sabrá de su existencia, ya que ni se publicitan ni contienen algún elemento especialmente llamativo. En cuanto a calidad, tampoco destacan especialmente, evitando que puedan jugar en las grandes ligas indies, como Sundance. Esto no quiere decir que no tengan un lugar en el panorama cinematográfico.

Estas películas pequeñas, muy habitualmente cercanas al género de la comedia romántica, escapando de los clichés de los taquillazos de Adam Sandler, pero que tampoco pretenden ser especialmente innovadoras (no son Embriagado de Amor), suelen tener una característica común: su personalidad. De esta manera, cuando un espectador llega a ellas, seguramente en alguna hora despistada de la parrilla televisiva o en una elección extraña del videoclub, descubre una película que supera sobradamente sus expectativas (nulas), y la sensación de descubrimiento hace de ellas todo un logro personal.

Un beso a media noche, encaja perfectamente en esta categoría. Un título más para un director, Alex Holdridge, que sobrevive así, ganando algunos premios en festivales menores y confiando en el mercado doméstico americano. Soñando, no con ser un Paul Thomas Anderson, sino simplemente un Tom Dicillo.

Aquí, la película se ha podido ver en el festival de Gijón. Sinceramente, hay títulos mejores en cartelera, pero si alguien quiere pasar el rato con una película amable de la que se recordará un par de momentos y que no pretenderá insultar la inteligencia del espectador, esta puede ser su película. Lo mejor es que, seguramente a la salida ese espectador pensará que esa es su película.