No dejará de sorprenderme la
irregularidad de la filmografía de Steven Soderberg. Puede
ofrecernos una película tan afinada como Contagio, con un
punto de vista diferente y una brillante relación entre forma y
contenido; para poco tiempo después azotarnos con una sarta de
tópicos que parecen salir de un director primerizo con una película
de encargo.
Todos y cada uno de los clichés de los
thrillers eróticos de los 90 están en esta película, sin pudor, y
presentados como algo nuevo. Además de un planteamiento muy similar
a Análisis final, encontramos todos los truquitos de siempre:
la enajenación transitoria, el non bis in idem, la transferencia con
el psicólogo, el crimen involuntario, la trampa, la contratrampa y
un largo etcétera con el que nos vamos tropezando a cada minuto.
Y es extraño, porque tal y como
empieza la película parece que vaya a tratar la delicada cuestión
de la sobremedicación para casos de problemas mentales, el exceso de
química. El tema, que podría dar para muchos matices, apenas
evoluciona en la película y en lugar de eso parece que Soderberg
nos sumerge en un homenaje al subgénero más deleznable de los 90. Se enreda
en un argumento que peca al mismo tiempo de dos defectos que podrían
parecer incompatibles: es rocambolesco y predecible. Parece haber
llegado a la idea de thriller erótico casi por imposición de su
propio desarrollo y decide confirmarlo como erótico en el último
cuarto sin que venga demasiado a cuento.
Para colmo, estéticamente es un
desastre, tanto que una vez más me pregunto si esto es buscado. Una
fotografía muy pobre con unos planos evidentes que no se entienden
en un cineasta de su experiencia. Los actores principales salvan el
tipo por muy poco, quizá solo por comparación con los sonrojantes
secundarios que van sorprendiéndonos con sus gestos disparatados.
Una película que solo sirve como inventario de malos hábitos. Me
temo que a Soderberg solo puede salvarle el diagnóstico de
enajenación transitoria.