Minuciosamente preparada para dar lecciones de moralina de las relaciones amorosas, la película no sabe cómo hacer para llevar a buen término todos sus intentos de ser diferente, tan sólo consiguiendo ser pedante y muy cursi.
El juego del paso a la realidad de dibujo animado no es más que un trámite que no ayuda demasiado al film, que poco a poco resulta previsible y poco agradecido para un espectador adulto que se siente cada vez más hastiado, de no ser por la compañía de algún peque que parece sí tener paciencia con las enormes licencias de ingenuidad del guión.
Por tanto, totalmente destinada a los más pequeños, es un ejercicio de película setentera o incluso ochentera de cancioncitas variadas, con el único objetivo de seguir siendo referente en el mundo de los cuentos, la fantasía, y la bondad de la industria Disney.