Después de haber visto Nightmare Detective, la radiografía del nuevo cine de Shinya Tsukamoto parecía evidente. Su secuela iba a ser más de lo mismo. Podíamos confiar en algún destello de autor en ciertas escenas, pero esta nueva aventura prometía rubricar el descenso del director hacia cotas más accesibles pero también más aburridas. ¿Tsukamoto reconvertido en un director comercial? Craso error. Y es que lo bueno del cine japonés es que siempre tiene sorpresas reservadas para el precrítico desprevenido. De acuerdo, Nightmare Detective 2 no es Tetsuo, pero no está nada mal.
Kyoichi Kagenuma continúa sufriendo su particular calvario, condenado a soportar unos poderes no deseados. En esta ocasión su inoportuno cliente será una colegiala acosada en sueños por la presencia de una compañera de clase. Lo cierto es que las dos películas apenas guardan relación entre si más allá de su protagonista. Si la primera aventura del detective de los sueños era un thriller sobrenatural en toda regla, esta vez comienza con una mirada introspectiva dentro de su propia figura. Abandonamos por completo al asesino en serie y los policías que lo persiguen para adentrarnos en el mundo de la infancia y la familia, un plano repleto de oscuros secretos que en sueños se vuelve todavía más aterrador.
Empecemos por los actores. El director ha dejado todo el protagonismo a Ryuhei Matsuda, un intérprete de rostro hierático que se cubre de gloria al final de la película. Le acompaña en todo momento una joven Yui Miura que encarna a la perfección el prototipo de colegiala japonesa en apuros. También es destacable la poderosa -y desquiciante- interpretación de la actriz Miwako Ichikawa en el papel cenital de la madre del protagonista.
Tsukamoto sigue haciendo uso de una cámara nerviosa y un montaje inteligente para angustiar al espectador. La imaginería visual del film no deja de beber en gran medida del quemado J-Horror, pero los fantasmas del film se pasean por pantalla con cierto encanto propio. El ataque de los vasos de agua o la procesión nocturna de niños muertos con partes de autobús incrustadas en sus cuerpos resultan cómicos y aterradores a un mismo tiempo. Mucho menos original es la aparición de la mujer fantasma y su larga melena pero los paisajes entre sueño y pesadilla que representan el barco hundido o esa grieta que se abre a la oscuridad en mitad de un paisaje boscoso son innegablemente hermosos. Casi parecen sacados de los universos oníricos de las novelas de Haruki Murakami.
Pero lo sorprendente de Nightmare Detective 2 es que no se trata de una película de terror japonés al uso, ni siquiera de un producto menor destinado al gran público como lo era su primera parte. De ningún modo. Contra todo pronóstico, el trabajo de Tsukamoto es otro drama familiar más que sumar a otras producciones niponas como las recientes Tokyo Sonata o Still Walking. Al igual que ocurre en el film de Kiyoshi Kurosawa, el drama está diluido en un caldo de cultivo extraño -ese tejido social japonés que siempre tiene en mente temas como el suicidio, el acoso escolar o la superstición- pero no por ello su presencia resulta menos evidente. En este sentido, la última escena del film no deja lugar a dudas. Nightmare Detective 2 no es sino un sincero retrato de la madre ausente, reflejado tanto en la figura de la colegiala cómo en la del detective.
En definitiva, la última película de Shinya Tsukamoto es una nueva mixtura imposible. Solo en Japón son posibles propuestas como ésta. Bien es cierto que su historia se tambalea peligrosamente entre géneros, que abusa de las mismas escenas una y otra vez o que el último tramo del film es francamente arriesgado, pero eso no quita para que sea una notable propuesta -esta vez si- de un autor con las ideas muy claras. No estaría nada mal que en un futuro cercano el director regresara a la historia de Kagenuma y la convirtiese en trilogía. Aunque nos hable de sueños, Shinya Tsukamoto está más despierto que nunca.