Ya he hablado bastante sobre Paul W.S. Anderson, este director que se mueve entre el despropósito y la ilusión, que optimiza el entretenimiento a costa de lo que sea. Lo que nos da en Pompeya es lo que esperamos de él sus fans.
Un revoltijo de copias y referencias. La más importante es la de Titanic, pero Anderson lo adereza principalmente con Gladiator -además de lo evidente de la profesión del protagonista, la secuencia de la batalla en la arena le debe todo. Aunque no se priva de añadir una introducción potente extirpada directamente de Conan, el bárbaro. Casi me parece ver a Jorge Sanz. Esto salva una cuestión básica: las películas de catástrofes que no añaden más elementos, son bastante aburridas. El blockbuster ordinario al que nos tiene acostumbrado Hollywood habría supuesto más de dos horas viendo a personajes correr huyendo de la lava y demás peripecias soporíferas. Pompeya dura hora y tres cuartos y hasta pasada la primera hora el volcán no entra en erupción. En realidad, tenemos una historia de libertad y venganza, de acción y amor, que se termina desarrollando en medio de un cataclismo.
Es cierto que Anderson no dirige de forma tan espectacular como James Cameron, ni con el gusto estético de Ridley Scott, ni con la épica de John Milius; pero sabe condensar todo la diversión de cada uno y conseguir un producto sin fisuras aburridas. Puede que para ello tenga que hacer sacrificios que provoquen algo de sonrojo (casualidades infames, concesiones inaceptables), pero son tan evidentes y tan eficaces que es difícil censurarlas. Personalmente, prefiero disfrutar de los disparates como elementos cómicos (voluntarios o no). Tampoco tiene miedo a mezclar géneros, claro. A los ya comentados, habría que añadir los flirteos con el terror. La clásica escena nocturna de la primera vez que ataca el monstruo matando a alguien sin que nadie más se entere... solo que aquí el monstruo es un volcán.
Me gustaría destacar que Anderson ha llegado a un momento de su carrera en la que ya no solo necesita copiar a otros. Tiene suficiente material propio como para reciclarse a sí mismo, y lo cierto es que en esta película hay una presencia importante de la trama carcelaria de su Death Race, que, al fin y al cabo, también trataba sobre (modernos) gladiadores.
Confío en que siga entreteniéndonos sin miramientos, sin complejos y sin medida. Necesitamos a alguien así en un tiempo de superproducciones calculadas.