Lo que he contemplado es una delicada manera de contar una historia mil veces vista pero con mayor y mejor detalle, con una profundidad de los acontecimitos y de los personajes como siempre en Wenders, detallista pero sin entrar en menudencias, aderezada de una fotografía al servicio de unos encuadres absolutamente buenos.
La lentitud es digna de la historia, de los sentimientos que nos transporta un vaquero solitario detrás de su vida, abochornado y perdido, al que poco a poco conocemos sin excepción. Plano a plano, a cual más buscado, la búsqueda de su mundo, el cambio en manos de un sorpresivo hijo, se muetra como la excusa pero también como el elemento decisivo en una segunda parte de la película, más divertida aunque en el mismo tono decaído y melancólico que siempre me ha encantado.
Como un sueño extraño, Howard se me inmerso en el universo Wenders cuando esos secundarios se dan la vuelta a la cámara y son como son, diferentes, entendiendo lo que sucede a cada momento aunque protesten por ello. Su hija, despacio, le guía en el camino, un camino que ha comenzado a trazar él y que ella le ayuda a proseguir.
Con una palmada en la espalda, el director juega de nuevo a vivir en las sombras, a hacer consciente a su personaje de la realidad y a encontrarse a sí mismo, en un camino difícil y lleno de pesares. Me gusta el estilo.