Sonaba con fuerza esta película y finalmente no ha sido lo
que se esperaba, pero lo cierto es que contiene elementos bastante
interesantes. Para empezar, se trata de una de esas películas que te dejan sus
imágenes grabadas en la mente a fuerza de desagrado, pero también de
plasticidad. Imágenes tan visuales como la del biberón de sangre, o la mancha
de sangre a la altura del pecho.
Juega a contar una historia original, sin miedo a incluir elementos
disparatados, como la abuela que quiere reactivar sus pezones. No tiene miedo
al ridículo y en varias ocasiones cae en él. Juega a caminar por sendas
peligrosas, como la de insinuar que el bebé está realmente muerto, pero tiene
el acierto de dejarlo ahí, en pura insinuación.
Una crítica traviesa a la sobreprotección de las nuevas
ideas cercanas al mundo vegetariano y técnicas naturales, que se crece en dos
momentos especialmente: la sangre de la carne que no tiene hormonas, y cuando
la madre grita que su hijo requiere alimentos especiales. Aciertos en una
película muy irregular, que aunque a ratos ofrece planazos atrevidos, no tiene
una factura técnica muy afinada.