Las dudas se han hecho añicos, el director ha sido examinado y la nota es alta, pero tampoco se pueden echar las campanas al vuelo. Bien es cierto que me ha gustado comprobar que los efectos digitales están al servicio de la película y no molestando lejos de la intención de denuncia y de entretenimiento dramático del film. Una vez encontrado esto en la película me dispongo a elevarla, o podría decir levitarla, para después reprenderla como si de un cura demasiado estricto se tratara.
Sus gozos son una excelente representación de la realidad de un mundo que poco, pero se mueve entre nosotros con naturalidad y disimulo, como la madre muestra, abriendo la película con una víctima y un culpable, el pensamiento empobrecido, a mi modo de ver por su puesto, que sé que existen detractores, perfecto. Fluida, sincera en sus intenciones sin ocultarlas y con detalles en forma de escenas en concreto que se unen bien para crear el relieve.
Pasamos a un momento del film donde entran las alegrías de imagen, con ángeles y ratones que nos hacen intuir que entramos en otra fase, peligrosa, la decadencia de la enfermedad después de la alegría, y la acción de represión en aumento ante un espectador que ya ha tomado partido, y eso es enorme, porque hacer tomar partido en hacer jugar a un espectador que no se queda distante ante una película comercial pues, pero buena, crepitante, hasta el punto de entrar de lleno en las paredes, como oyentes de un mundo que queremos fracturar y que se fractura sólo. Por un lado la crudeza y por otro la belleza, lo digital es justo y necesario, es preciso y ayuda porque sino la tristeza nos rompería el corazón.
Y al final, con las cartas muy encima de la mesa, con componentes dramaticos de órdago, esos secundarios que están a favor pero no pueden hacer nada o simplemente mueren en accidente, o la hermana, que representa ese querer y no poderse convencer, de libro, determinan el engaño con palabras mayúsculas de una actitud cristiana que no debería de necesitar de esconder cajas o cartas. Esa es la voluntad máxima del director, el llegar al punto de ser alegre y vivo ante una cuestión fea, en pantalla. Ganar la batalla pues del amor y la fe, y no tanto del amor a la fe.
Me dan ganas de darle un cinco, pero no puedo, porque el truco está en Jesús, quién lo diría, ese nombre que se confunde, involuntariamente en una niña y que confunde a los oyentes, esos obsesionados de la devoción, y es trampa, es posible que una trampa necesaria para mantener viva la imagen de una excelente Nerea Camacho, divagante, a la que espero le sienta bien en el futuro un Goya tan prematuro, pero truco al fin y al cabo que ayuda a llegar a un climax lleno de malos entendidos de una iglesia que lo utiliza a favor. Demasiado sencillo hacer creer a los de sotana confundiendo la santidad con tal vil tejemaneje, aunque el objetivo sea la belleza de un final que hace llorar pero más de alegría y comprensión. Sé que puedo ser injusto castigando con una estrella por esto, que para muchos no puede tener tanta importancia, pero debo exigir a lo bueno, y esta película lo es. Sé que es una triquiñuela buena para llegar a ese final doble, que muestra la eternidad verdadera y la mentira que se forma, pero no me vale.