Después de disfrutar con algunos de mis compañeros precríticos (Beiger, Hypnos, Sherlock) de una adecuada sesión de mal y peor cine de acción de precisamente esa época que Sly parece querer recuperar (concretamente comenzamos por Soldado universal, para saltar a un nivel ampliamente inferior -aunque parezca imposible- con Red Scorpion) creo que pude ver Los mercenarios en el punto de cocción mental y atmosférica apropiado.
Antes de atacar la película de Stallone comentaba a mis compañeros que lo único que exigía era acción ochentera, mucho rock & roll y el sagrado plano de rigor de uno de los héroes, bien inflado de esteroides, exprimiendo su ametralladora al máximo con el máximo ralentí posible: Casquetes, venas, dientes apretados y cámara lenta.
Y Stallone ha dado justo lo que se pedía: Ese rock & roll, una renovación aproximada de ese tipo de acción (porque, con un CGI de Segunda División, no ha tenido miedo en ser gozosamente violento, pasadísimo, reventando cabezas a disparos, descerrajando tiros en estómagos a medio centímetro de distancia, cortando cuellos de una cuchillada o incluso con un maromo descomunal soltando una hostia de lo más sonora y salvaje a un pobre muchacha; no se corta) e incluso un juego de perfiles con algunos de sus héroes que resulta la mar de sano.
Jet Li habla de Jet Li cuando se queja de sus dificutades; Stallone reflexiona sobre el fin de los mercenarios y uno sabe que habla del final de Rambo -e imitadores-; Statham está en plena forma pero siempre siendo el número 2; Schwarzenegger aparece en escena para reirse de su renuncia por intereses "mayores" (quiere ser Presidente, dice Sly); Dolph Lundgren es el marginado de un modo u otro... Es, efectivamente, una burda pero divertidísima radiografía de lo que fueron y son.
Y siempre con diálogos que van más allá del absurdo, de lo indefendible: Acaban conformando una colección de réplicas absolutamente surrealistas, con las que uno, a menudo, no puede menos que reir a carcajadas y aplaudir. Hemos crecido con esa gente, y lo estamos pasando pipa. Todo esto lo lleva al extremo un Mickey Rourke al que han permitido grabar (tiene toda la pinta) sus dos o tres escenas sin guión, con absoluta libertad para improvisar, especialmente un monólogo demencial, no hay por donde cogerlo, tanto que se convierte casi en uno de los momentos estrella de la película, entre masacre y masacre: "¿Chicos malos serbios?" "¿Negro como Drácula?" Larga vida a Mickey Rourke.
Al final el enfrentamiento entre Sly y Statham, y Eric Roberts, resulta algo soso (se podría haber exprimido aún más la vena hija puta de Roberts, que lo lleva en los genes, cualquiera diría; le sienta como un guante) y uno se va echando de menos alguna pelea concreta, y sobre todo algún nombre concreto (lástima que falte Van Damme).
Pero Sly ha sabido dar con lo que los nostálgicos esperaban: Tatuajes, motos, y un cuadro de mandos sin pedal de freno para la violencia más gratuita. Si eres de los que recuerda aún todas esas películas de tus tiempos infantes, te prometo que disfrutarás. Quizá falte alguna cosa, quizá hubiera sido mejor con algunos que no aceptaron estar... pero lo imprescindible, lo ha incluido.