La
última película de José
Luis Garci tiene categoría de evento. Si este cineasta ya levanta pasiones
habitualmente -en su mayoría, no demasiado positivas- desde el
momento en que decidió abordar el personaje de Sherlock Holmes,
todos el mundo se posicionó en algún extremo. Esto lo alimenta el
propio Garci cuando, en algunas geniales entrevistas, suela perlas
tipo "yo no sé rodar persecuciones" o dice que de lo poco que
había en el guión de habilidades deductivas del detective,
directamente, lo ha quitado.
Lo
que no tiene sentido es pedir a Garci que sea quien no es, que haga
otro cine. Tampoco es de recibo tomar ahora el Holmes de Guy Ritchie
como modelo único, como si el veterano detective hubiera sido
siempre un superhéroe. Se han hecho muchos Holmes, el desenfrenado
de Ritchie, el que Peter Cushing interpretaba con solemnidad, el
moderno de Benedict Cumberbatch, el reconvertido a médico que es el
Dr House y mi favorito, el steampunk de Miyazaki. Y muchos otros,
todos bien distintos. A ninguno hace ascos Garci, si le preguntas,
pero su visión será la suya, y no hay necesidad de comparar con
otros puntos de partida.
Será
lento. Claro que será lento, pero Garci es capaz de deleitar
sosteniendo un plano estático con apenas un suave zoom in, porque
los personajes se están abriendo. Su cine son miradas, casi siempre
al pasado, con serena melancolía. Lo que vamos a ver es un fresco
del Madrid del XIX -con una lectura sociopolítica que, por lo que se
dice, está muy de actualidad- y un homenaje al famoso detective. Se
estrena en el guión, Eduardo Torres-Dulce, que además de ser el
fiscal general del estado, antes era algo más importante: uno de los
contertulios más interesantes de Qué
grande es el cine.
Está bien que este sea su primer guión, pues pertenece a un club
londinense de Sherlock Holmes. Siempre se ha mostrado como una gran
conocedor del cine, y confío en que, siendo también un erudito en
el personaje, haya hecho un buen trabajo. Sobre todo, algo distinto.
Una película ideada entre dos viejos amigos cinéfilos, con
nostalgia y cariño.
Ahora bien, también hay que decir que Gil Parrondo, el responsable de arte de reconocimiento internacional que hace que a Garci se le llene la boca hablando de piezas del XIX, está mayor. Es un nonagenario que, obviamente ya no está tan encima del trabajo. Dicho claramente: mucho cartón piedra. Eso es lo que se desprende de las imágenes que hemos podido ver, más propias de un estudio 1 que de una película para el cine. Y esto es aplicable a otros apartados. ¿Habéis visto la barba postiza de Gallardón? No se entiende que Garci no haya sido cuidadoso con los pequeños detalles que, aunque menores, pueden cargarse la película. Habrá que obviar, o tomarse con humor, estos signos de dejadez, así como algunas elecciones de casting cuando menos atrevidas; aceptar las convenciones del idioma que hacen que Holmes hable un perfecto castellano durante toda la película; centrarse en lo bueno y disfrutar de la enorme capacidad del viejo Garci para hacernos sentir ese sabor añejo y esa dulce melancolía en el estómago.