El bello amigo Pattinson se contagia de la calidad que derrochan sus tres musas Thurman, Ricci y Thomas. Y no sólo de ellas. Se contagia de la embriagadora música, los interiores que se disfrutan, el olor a puro y ese chasquido tan típico del buen cristal y whisky de calidad. El aroma a final de siglo y las últimas intentonas de escalar de manera poco ética a las posiciones más altas del poder y de la persuasión. Declan Donnellan y Nick Ormerod dan con la tecla acertada para subir al peldaño del notable.
Literatura, teatro y cine suman fuerzas para descender no solamente a los bajos y altos femeninos sino también hurgar en el universo de la codicia y la ambición. Nuestro Barry Lindon a la francesa pasa de cachorro inofensivo a carroñero. Un gran trabajo de puesta en escena y un participativo pero impulsivo Pattinson que por lo menos no la estropea y está más cerca de lo que se le pide si quiere crecer. Faldas, corsés y un París que lo aguanta todo con gusto e identidad aunque suave. Con la sensación de haberla disfrutado sin bostezo y con interés, muy recomendable para los amigos de las épocas y siglos pasados, el público más adulto gozará de ella en su todo. Más que satisfecho de esa escalera de codicia y ambición espejo de nuestro tiempo. Maupassant estaría contento.