Para Hollywood es muy cómodo hacer un remake. Hay ciertas garantías de éxito, no hace falta buscar un buen guionista, y si la película original tiene suficiente antigüedad, la mayor parte del público ni habrá oído hablar de ella.
Más allá de la duda, mismo título que la versión de 1956. Una historia que está demasiado desfasada, incluso aplicándole nuevos aires. La gran diferencia entre aquella y esta, además de medio siglo de distancia, es que en la original podíamos contar con un director de la talla de Fritz Lang, mientras que ahora tenemos a Peter Hyams, que, por el mismo precio, se encarga de adaptar el guión.
De Hyams podemos decir que era el rey de la ciencia ficción de serie B: Capricornio uno, Atmósfera cero, 2010... Después la cosa va decayendo y se puede decir de él cosas como que firmó una de las películas más entretenidas de Jean Claude Van Damme: Timecop. En esa liga nos movemos. Con su último trabajo, El sonido del trueno, tocó fondo.
Que en esta ocasión no se encuentre en su género favorito, la ciencia ficción, no sé si es bueno o malo. Por un lado, peor ya no le podía ir, pero por otra parte, suena a trabajo alimenticio para escapar del fango. Algo parecido se puede decir de su protagonista, el antes exitoso Michael Douglas. Ambos se han embarcado en este trabajo mediocre e innecesario con la esperanza de sacar unas perras y tomar un pequeño impulso en sus maltrechas carreras. Les deseo suerte, pero conmigo que no cuenten.