Pues sí. Ahí está esta película, escondida entre la marabunta de mega estrenos y super producciones, sin hacer mucho ruido pero con un brillo especial que hace que llame la atención sobre mi presencia distraída y, desde hace un tiempo, alejada de las salas de cine.
Soy consciente de que Gore Verbinski no ha hecho en realidad méritos suficientes a lo largo de su carrera. Lo que ha hecho no me interesa demasiado y lo único positivo es que de momento lleva pocos títulos a sus espaldas y todos ellos muy marcados por las exigencias de los estudios. Vamos, que quizás no hayamos visto todavía al Gore Verbinski auténtico, el que a él le gustaría ser. Quizás.
O quizás eso quiero pensar, simplemente porque de momento percibo esa especie de brillo, esta corazonada imprevista que quizás me impulse a las salas de cine... si es que encuentro alguna en la que la proyecten.
Soy consciente, también, de que muchos de mis compañeros precríticos no son amigos, precisamente, de Nicolas Cage. Sinceramente, me la trae floja. Me parece que aquí vamos a poder ver al mejor Cage. Soy el primero que reconoce que, cuando Cage se pasa, se pasa a lo grande. Chorropotocientas vueltas. Pero cuando atina, me encanta. Y la corazonada ahí sigue, cabezona, aquí vamos a ver al mejor Nicolas Cage.
Secundado, por cierto, por comentarlo, por si a alguien esto le espolea el interés, por el gran gran Michael Caine. Grande grande, como él solo.
Esta pequeña película puede ser la sorpresa camuflada en la maleza maloliente de la actual cartelera.