Crítica de la película Brave (Indomable) por Olmo

El cine de animación no es mi fuerte. Lo sé tan bien que cuando llega el verano y Pixar nos vuelve a pasar la boina o nos hace pasar por caja para ver lo último de esta compañía no me pongo nervioso, no tengo expectativas ni actitudes demasiado fundamentalistas al respecto. A veces se trata de encontrar un espacio y un público menos contaminado, por razones de edad evidentemente y por motivos estrictamente técnicos. Ahí es donde creo encontrarme yo. Y donde quiero hacerlo. Como yo los hay cientos que no creen que toda nueva película de estas megacompañías es un reto, un examen, que no nos tienen que convencer de nada y que todo los pequeños detalles son bien agradecidos.

En este sentido, Brave (Indomable) , la encuentro interesante porque retrocede al medievo (como otras lo habrán hecho supongo), por ese pequeño apagón tecnológico que necesariamente arrastra al contenido de la misma, una mirada al pasado y al Robin Hood de Disney más tradicional,valiéndose de los aparatos que la historia nos entrega en cada paso que damos hacia adelante. Es en cierta manera una manera más tradicional de ver los dibujos animados sin por ello renunciar a nuestro tiempo y sus herramientas más avanzadas.

Madres, padres, tías, tíos, abuelas, abuelos y niños, niños y niños serán en su gran mayoría los mayores consumidores de esta cinta veraniega. Creo sinceramente que los padres se llevarán una grata sorpresa porque se sentirán más identificados incluso recordarán alguna que otro fotograma de sus primeras películas de dibujos animados y castillos, brujas, espadas y arcos. Los más pequeños, si son nuevos en esto, puede que la vean gris, a falta de completarse, con ausencia de todo aquello que nadie más que ellos sabrían completar. Por último, llego con el público menos tipo a priori con Brave donde me encuentro yo y otros tantos que a falta de algo serio, masticable o directamente con ganas de hacer un plan de palomitas a la antigua usanza se topan con esta cinta, encaja.

Somos como ese alumno que no se queja, que es puntual aunque no muestra excesivo interés pero sabe que su actitud aporta y que no tiene sitio entre el sector más duro y más blando de la clase. Sencillamente asiste e intenta aprender desde donde el pupitre le deja ver. Y es agradecido. He dicho.