A Juan Antonio Bayona no le importa mancharse las manos. No sé lo que opinará del amor y de la
guerra, pero está claro que para él en el cine todo vale. Claro que el hecho de
que él no sienta ningún sonrojo por usar los trucos más evidentes para
conseguir sus objetivos, no quiere decir que nosotros, espectadores, no sintamos
cierta vergüenza ajena. Cada vez que golpea con un mazo, cada vez que pinta una
escena esperanzadora con la brocha más gorda que encuentra. Aunque quizá lo
peor viene cuando subraya. Y siempre subraya. Ni siquiera espera al primer
plano de la película, lo hace ya desde el rótulo que indica que la película
está basada en una historia verídica y deja únicamente las palabras "historia
verídica" en pantalla. Subraya cuando nos hace un plano de detalle de la
alianza en el dedo de ella para remarcarnos que está pensando en su marido.
Todo esto, no es una torpeza o un despiste. Bayona hace trampa y sabe que lo
hace, pero no le importa. Lo que sea para conseguir sus objetivos, siempre que
aceptes el juego sucio, claro.
En el otro lado de la balanza, en el positivo, hay que
reconocerle una capacidad sorprendente en un director relativamente novato,
para conseguir unos planos de acción impactantes. Toda la secuencia de la
catástrofe es verdaderamente impresionante. Bayona no escatima en planos aéreos
que lo muestran todo, tan seguro de sí mismo que no necesita ocultar el truco. Le
da una lección al veterano Eastwood, que, en las mismas circunstancias, rodó un
espectáculo mucho más pobre con Más allá
de la vida.
Bayona opta, en muchos momentos, por un tono de terror de
serie B. Se diría que trata al mar como a una entidad maligna, el villano de la
película, con unos planos de pura amenaza que rozan la parodia. Vómitos de
sangre dignos de Balagueró y momentos de violencia rozando el gore muy de
cerca.
Es una película que habla sobre lo mejor del ser humano, la
generosidad y la solidaridad. El director parece un discípulo aventajado del
Spielberg más optimista, y como aquel, nos plantea todo tipo de situaciones
cursis y poco creíbles de superación personal. La gran diferencia - aparte de tener
el aval de John Williams- es que el maestro sabe exactamente cuánto deben durar
los planos de cada rostro de admiración, cómo aliterar con montaje ágil las
pequeñas hazañas (estoy pensando ahora en el chaval buscando nombres). En
definitiva, conoce suficientemente bien el lenguaje emocional como para que el
espectador no se dé cuenta de la cursilada que ha visto hasta después de la
película. Aquí el rechazo es inmediato y la mayor parte de las emociones se ven
lastradas por ello.
Con todo, una divertida sesión palomitera para espectadores
sin complejos, con unas escenas de acción potentísimas y un uso excelente de
los efectos especiales (de Oscar). Le auguro una carrera llena de blockbusters
en Hollywood.