Crítica de la película En la casa por Iñaki Ortiz

Espectadores voraces


4/5
23/09/2012

Crítica de En la casa
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Ozon nos presenta un juego inteligente y divertido entre ficciones. Una pequeña historia que se ve absorbida por la historia que a su vez contiene. De esta manera, nos habla de la narración en sí. En este caso el tema es la literatura, aunque podría servirnos para las otras artes narrativas. Esencialmente nos habla de la relación entre el autor y su público, reduciendo al máximo la distancia entre ambos. Uno de los protagonistas hace notar que cuando escribes, escribes para alguien -después se hace referencia precisamente al sultán y Sherezade, que es un claro precedente. Lo que se remarca en la película es precisamente esa condición de emisor y receptor, en la que este último tiene una influencia pasiva pero muy importante sobre el primero. También queda patente la necesidad del autor de tener un público que valide su obra. Esto lo veíamos claro en otra genial película francesa, Rubber, donde también el espectador terminaba adquiriendo una importancia interactiva destacada.

El director nos lo va presentando con calma, poco a poco, con una realización elegante, con aislados brotes de virtuosismo como en la introducción a los créditos. Enreda con suavidad la trama, apoyándose en el esencial voayerismo del espectador, como en La ventana indiscreta -con guiño final. Un gran baile entre la intimidad y la curiosidad. Seguro que muchos podemos identificarnos con el afán casi obsesivo con la que el profesor espera el siguiente capítulo. Critica fríamente la calidad del texto -en eso es especialmente sincero Ozon, pues también es autocrítica- pero no por ello quiere dejar de saber. Somos espectadores voraces, curiosos insaciables.

Hay mucho humor en la película, casi siempre cínico. Se ríe de la mala literatura, se ríe de la vulgaridad en un tono absolutamente snob, del falso arte. Nos hace partícipes de ese mirar por encima del hombro y también se ríe de esa estúpida superioridad. Se ríe de sí mismo, cuando su ficticio autor juega a la crítica implícita haciendo comentarios sobre el chándal (recordemos a Catherine Deneuve en Potiche) Tampoco falta el morbo, ese que empuja al protagonista/espectador a seguir con la película. Ozon maneja esa ambigüedad sexual que se le da tan bien con un protagonista, Ernst Umhauer, absolutamente sibilino.



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