Más atada, más serena, más respetuosa, más película. Sin embargo falta algo que tenía la anterior entrega, quizá una bella canción italiana rompiendo tanto estilo rítmico. Quizá a mí me falta esa chispa, aunque se saliera un poco más de las líneas marcadas por la primera entrega. Seguramente no ayuda la falta del componente femenino, tan bien evitado por cierto, con la jeta habitual.
En cualquier caso, la película da lo que promete: insolentes derroches de estilo. Ya desde la introducción fabulosa, con ese Brad Pitt que no cabe en su chulería de lujo. Derroche de dinero por doquier, como mandan los cánones. Mucho caminar al ritmo. Mucho gesto. Mucha coña.
Me resulta extraño el personaje de Al Pacino, de quien esperaba un aprovechamiento de su vena más elegante y en su lugar se ha querido construir un personaje más odioso y desagradable, ¿por qué no? Está bien, lástima de doblaje inexplicable.
Andy García, sin embargo, nos muestra una cierta papada y una prueba de que los años no pasan en balde, su personaje cada vez más autoparódico cumple nuevas funciones a mí entender menos adecuadas.
Matt Damon muestra que cuando quiere puede, sobre todo cuando tiene que ser el tonto de turno. Por supuesto George Clooney es el lujo hecho hombre.
En definitiva, una película entretenida con momentos divertidos que es fiel a la saga y a la que quizá la falta algo de la frescura y juego que tenían las anteriores. Una dirección certera y muy elegante. Un regalo hecho para lucir el envoltorio. Pero este envoltorio cada vez me hace menos ilusión.