La cuestión es sencilla. ¿Qué se
prometía en la primera entrega de Los mercenarios? Reunir a
las grandes estrellas de acción de los 80 en una deshinibida orgía de sangre a la vieja usanza. Violencia gratuita
con todos los héroes cachas. ¿Se cumplió lo prometido?
Rotuntamente NO.
Gobernator sólo hacía un cameo
porque aún no podía hacer más hasta salir de verdad de la política.
Bruce Willis poco más, porque probablemente no creía del
todo en el proyecto y sólo quería tener un pie dentro por si
despegaba. Van Damme, que se creía que su inesperado éxito
en el terreno alternativo con la genial JCVD redirigiría su
carrera (cosa que como es natural, no ha ocurrido) se permitió decir
que el guión no le convencía. Total, la cosa quedó con un Stallone acompañado de mamporreros de medio pelo y un Jason Statham para atrapar a las nuevas generaciones y porque Stallone necesitaba
otro actor capacitado para mantener un diálogo completo (y ese no
iba a hacerlo Dolph Lundgren ni ninguno de los otros sacos de
músculos). En cuanto a la orgía de sangre y violencia gratuita,
floja y tan desfasada que daba más pena que risa.
Llegamos a la segunda parte. Llegamos
con 200 millones de dólares más, todo hay que decirlo. Parece que ahora todos están más
dispuestos. Si no nos vuelven a engañar, Willis y Chuache tendrán
más presencia. Aunque tampoco espero mucho más. Van Damme agachará
su cabecita y lo dará todo con su particular ballet de hostias.
Tendremos a todos los reyes del actioner cutre que ya salían en la
anterior, como Jet Li o Dolph Lundgren, y atención, lo mejor
de todo, esta vez estará ¡el mismísimo Chuck Norris!
El guión volverá a ser una patraña
con tufillo fascistoide y la dirección mejorará un poco, ya que
Stallone deja la silla a Simon West, nada del otro mundo, pero
al menos es el tío de Conn Air. Nada tendría sentido si no
fuera porque esta vez sí, están todos. Nostalgia cutre para gente como tú y como yo. No tiene más misterio.
Y vamos a por la tercera, supuestamente
con Nico Cage. Mejor imposible.