La apuesta esteticista de Nicolas Winding Refn es absolutamente radical. Sacrifica el ritmo, el realismo, la diferenciación de espacios, el peso de la narración, la seriedad. Lo sacrifica casi todo, para conseguir una atmósfera densa, casi sólida, que obedece solo a dos cuestiones: la pura belleza y las emociones a partir de las sensaciones. No es la primera vez que el director se atreve con algo tan extremo, no hay más que recordar la fascinante Valhalla Rising con su tono críptico y denso. La ligereza pop de Drive no es la tónica aquí.
La historia que nos cuenta es sencilla.
En manos de otro podría haber sido una buena sesión de cine de
mamporros a la tailandesa. Pero donde otros rellenan con acrobacias,
leches y persecuciones -perfectamente válido- Refn nos ofrece un
cuidadísimo banquete para los sentidos, una maravilla audiovisual
qué tiene un valor en sí mismo, como la acción en el cine de
acción. Sin embargo, Only God Forgives no es solo una
película estética, no es puro equilibrio de luces, colores y
sonidos -que ya es algo. Su estética está firmemente amarrada a su
ética. La historia, aunque sencilla, trata cuestiones profundas. La
conciencia por encima de la territorialidad (los valores universales antes que la
defensa de la familia), la madurez de la responsabilidad y como ya
ocurría en la anterior película del director, la búsqueda de la verdadera
esencia del héroe -a un nivel más elevado que el del planteamiento de
Christopher Nolan en El caballero oscuro.
Nos lo presenta a través de un
poderoso complejo de Edipo (casi literal) y sumisión absoluta a una
madre inmoral. Toda la tranformación del personaje -un Ryan Gosling
casi inexpresivo- la vemos a partir de sus acciones y, especialmente
en la relación con su madre que tiene su punto culminante en esa búsqueda (de
nuevo literal) del vientre materno. Suprimiendo diálogos y
expresividad, se muestra el interior de este personaje a través de
simbología y sus emociones a través de unas elecciones formales
extremas. Vemos el infierno interior del personaje a través de esos
pasillos laberínticos de luz claustrofóbica.
Una historia sobre justicia poética,
sobre el triunfo de la ética racional sobre los instintos humanos.
Una historia sobre celos y sumisión, sobre maldad. Una historia
absorbente, sobrecogedora, por su forma y por lo que representa. Y,
sobre todo, una delicia audiovisual con una fotografía apabullante y una banda sonora de Cliff Martínez excelente.