Esta es una película quizá demasiado extensa. Parece que el
cine bélico debe estar abonado por tradición a superar las dos horas de
metraje, pero aquí no había necesidad ninguna, y es que se ahonda una y otra
vez, de forma repetitiva sobre los mismos puntos. Además, esta película ya la
hemos visto, varias veces. Hoy día que el cine bélico pretende buscar nuevos
formatos o puntos de vista, estas elecciones tan convencionales hacen que el
resultado sea algo pesado. Con hora y media bastaba y sobraba para que un
espectador del siglo XXI absorbiera mensaje y emociones. Dura dos horas y
cuarto.
Las escenas iniciales de combate no están mal rodadas, pero
empiezan a ser ya un puro trámite, desde que Spielberg lo pusiera de moda con Salvad al soldado Ryan. Comenzar con un
cien por cien de violencia bélica y parar a la media hora cuando, lógicamente,
el espectador está ya saturado. Entonces toca un desarrollo más dialogado y
emocional en el que veremos lo atroz que es la guerra.
Sí que lo es, y son muy duras la mayoría de las situaciones
que se plantean en la película, y sabemos que no le servirá de nada a uno de
los protagonistas ser amigo de los japoneses, y que el japonés bueno terminará
completamente tocado. Todo lo conocemos, los sucesos, la estructura, los trucos
para buscar la lágrima. Da igual si son judíos o chinos, vienen a ser las
mismas escenas.
Tenemos por tanto, una película más o menos correcta
(salvando la palpable falta de presupuesto, visible en decorados y efectos digitales) que está anclada en un cine del
pasado, ya demasiado asimilado por todos, pero que aporta al menos el punto de
vista chino, que siendo algo parcial, no es tan rígido como quisiera
el gobierno. Este es uno de los puntos que más podía valorar de una película
que no ofrece más que algunos planos bellos, no demasiados, un desarrolló
medianamente entretenido y puñetazos al lacrimal que de tan fáciles de ver
venir, se pueden esquivar sin problemas. El pasaje que más se salva es
el de la prostitución obligada. Lo peor: ese final en el que la felicidad es
representada por risas y dientes de león al vuelo, eso es insultantemente
simplón.