“Lo que sé de Lola” me parece, con riesgo a ofender, un trabajo para clase de un alumno sin ningún tipo de talento. Ya desde el comienzo asistimos a un conjunto interminable de planos, normalmente fijos, que nos insinúan que el director no ha oído hablar del más mínimo concepto de elipsis.
Nos tiene que enseñar todos y cada uno de los pasos intermedios. Entrar al portal, montar en el ascensor, abrir la puerta de casa, avanzar por el pasillo... con un ritmo exasperantemente lento. Uno quiere correr por la sala desnudo al grito de “acelera coño, ¡al grano!”. Pero no acelera, ni va al grano. Es como si en clase les hubieran puesto prácticas de racord. Nos quiere mostrar una vida de rutina y nos cuelga la rutina a nosotros, para que la suframos en nuestras carnes.
Se para en planos de lugares o cosas, lo que podría estar bien si estos planos tuviesen algún tipo de gusto, ya no hablo de arte. Véase el comienzo de “Crónica de una fuga”. Pero no. He acabado harto de ver el perchero de la entrada.
La historia está estancada de principio a fin, no avanza, no aporta nada. Lo único con un poco de gracia viene a ser los momentos en los que en off, nuestro obseso protagonista cuenta lo que hace Lola, y Lola lo hace. Es un detallazo que cuando dice el signo de su amiga se equivoca, una manera de hacer notar que sólo se fija en su Lola. Muy bien. Una excepción en un mar de rutina cinematográfica.