No iba mal porque estaba alcanzando un punto de sobriedad y de madurez, un punto exacto, justo a medio camino entre esa madurez y sus obsesiones personales. Un cine más adulto, más redondo, sin dejar de lado sus intereses pero obviando sus habituales y lastrantes excesos.
Pero tantas loas ha recibido de un tiempo a esta parte nuestro Pedrito que se ha crecido y ha vuelto a sumergirse en ese universo de La Ley del Deseo -de hecho apuesto un penique a que la diferencia entre premisas argumentales no va a ser muy grande, precisamente-, de colores, travestis, penas extremas y festivos desenfrenos.
Pero las dimensiones de este regreso al terreno conocido son tales que podemos diagnosticar a Almodóvar, sin pudor, un horrible ataque de ombliguismo, con sus homsexuales, la mayoría de ellos maricones, con su afición a travestir a Bosés antes y Gaeles ahora, con ese estilo que soluciona todo intentando pasar de las movidas y gozando con la movida, donde todo es vida, vida, vida, y cuando se sufre nadie ha sufrido tanto como yo.
He de reconocer que nunca me ha entusiasmado Almodóvar y que sus neuras me la traen floja (puestos a escoger neuras, prefiero reirme con las de Woody Allen que ver las porquerías de Pepi de Luci o de Bom), pero no niego la calidad que habían alcanzado trabajos suyos como TODO SOBRE MI MADRE o HABLE CON ELLA. No tengo esperanzas de volver a encontrar esa madurez, ese relax, ese saber controlarse, en esta MALA EDUCACIÓN.