Crítica de la película Ágora por Iñaki Ortiz

Mientras escribo estas líneas, se está proyectando el pase en el festival de Cannes del último trabajo de Alejandro Amenábar. Veremos en pocas horas cual es la aceptación de la crítica, pero como este dato no es demasiado significativo para mí, me dispongo a escribir ya mi precrítica. Desde luego es un éxito de Amenábar -uno más- haber llegado al festival más importante del mundo, además en la categoría de fuera de concurso, aunque el director afirme que prefería participar a concurso.

Es un director, ante todo, inteligente. Podríamos achacarle que muchos de sus mejores momentos beben demasiado fielmente de otras películas, especialmente del cine de los 70, pero atendiendo al resultado final, Amenábar demuestra un amplio conocimiento de la narrativa y moverse con agilidad con el apartado técnico. Algo especialmente indispensable para afrontar una superproducción como Agora. No le tiene miedo a nada y se enfrenta a un proyecto ambicioso, donde ha tenido que vérselas con los consabidos efectos digitales, y manejar algo bastante más grande de lo que está acostumbrado.

Es más que probable que Amenábar haya sido bien capaz de vérselas con todo esto y salir victorioso. Tampoco habrá tenido miedo a tratar con una de las actrices más famosas, Rachel Weisz, como ya lo hiciera en su día con Nicole Kidman.

Seguro que su trabajo es digno, una muestra sólida de como se puede abordar un género en desuso, y sin duda, se encontrará entre los mejores trabajos del cine español. El problema quizá, es que pueda resultar poco brillante, falto de chispa, de personalidad propia. Que vuelva a beber demasiado y no resulte fresco. A día de hoy, el único trabajo realmente refrescante ha sido su ópera prima, Tesis. Aun y todo, una película que seguro que valdrá la pena ver.