No ha gustado demasiado en su pase en San Sebastián, lo nuevo de Malick. Y eso que venía con la Palma de Oro en Cannes como tarjeta de presentación. O con las palabras del que allí era presidente del Jurado, Robert De Niro, que la calificó redondísima obra maestra. Claro que también conocíamos lo que uno de sus protagonistas, Sean Penn, opinaba de ella. Nada positivo. Ya digo, pese a ser uno de sus intérpretes.
Pero viendo a qué ha quedado reducida la participación de Penn en la película no me extraña. Mientras Brad Pitt tiene un papel de peso, con enjundia y apetecible para un actor, Penn se limita a "estar". Para colmo, precisamente es su parte la que más colgada queda del hilo "narrativo" (digámoslo así) de la película, entroncando con su tramo final, donde todo confluye; ese tramo final donde, desgraciadamente, Malick se desmorona.
Sí. Pese a su tibia acogida en el Zinemaldia, me ha gustado mucho El árbol de la vida. Y sí, me ha gustado pero su tramo final me parece indigno. Antes tenemos lo mejor de Malick, que al fin se atreve a lanzarse al cien por cien a la piscina, sin saber si hay agua o no. Se deja de zarandajas varias, aparta los clichés, olvida por momentos lo más barato de la filosofía zen de mercadillo new age que lastraba los intereses de sus otras películas y, aquí, no le asusta lo importante: Nada de desvíos, se entrega puramente a su idea. Sólo existe esa idea; por muy pretenciosa, amplia o inabarcable que sea.
Claro que existen pasajes más difusos -igual que otros insultantemente hermosos y/o brillantes-. Desde el inicio, el presente personificado en Sean Penn se aparece como un tramo más "colgado", peor hilado. No todo en el ambicioso relato de la Creación está al nivel de, por ejemplo, sus primeros minutos. Pero la apuesta es audaz, en general bien resuelta, plena de momentos brillantes, y sobre todo, muy honesta. Bravo.
Hasta que, de repente, Malick se pierde y nos pierde. Llega el tramo final y vuelve la imaginería new age, eco-zen, filosofía light de positivismo vital. Los personajes confluyen en esa playa prototípica, la madre deja marchar a su hijo. Vuelven los clichés. La música que antes tan bien funcionaba de repente nos parece machacona. Lo que era un relato casi siempre hermoso de una (varias) vida(s) se convierte en un fin de fiesta marca de la casa del peor Malick. ¿Por qué?, que diría aquel.
Una lástima, una pena enorme, enormísima, porque no es el simple desliz en su desenlace de una divertida película de polis y cacos. No, es un grave desliz en su momento clave de una película que pretendía ser Grande.
Y, sin embargo, aun así, salgo de la sala con un muy buen sabor de boca. Una experiencia audiovisual que ha de verse.