Lo más evidente de la película es su
contenido sexual explícito. Michael Fassbender pasea su miembro por
delante de la cámara, y se cepilla a todo quisqui. Verbalmente oímos
las principales variedades del porno. Sexo en la ventana, sexo en la
calle. Se podría pensar que esta es una película de excesos,
explosiva, y sin embargo, resulta de lo más contenida. Nos va
dejando sutilmente detalles del pasado, de sus posibles traumas, y
muchas palabras duras llegan a nuestra cabeza sin ser mencionadas: abusos,
incesto, suicidio... Somos más que nunca espectadores, espectadores
puros, vemos lo que está pasando, los síntomas, pero no hay una
escena de explosión en la que alguien rememore un mal recuerdo o
realice una confesión. Es contenida hasta tal punto que termina con
un plano final al estilo de Origen, que nos lleva a los
créditos sin saber si caerá o no caerá (el adicto, como el totem).
Podría parecer un final abierto, lo es, pero en realidad tiene un
significado muy concreto: la adicción siempre estará ahí, el
deseo, la necesidad, no importa si la voluntad lo evita, la tentación
no desaparece.
El film se sustenta en dos pilares
básicos: el enorme trabajo de su protagonista, Michael
Fassbender, de un magnetismo animal brutal, parece siempre a
punto de estallar, cargado de violencia; y su director Steve
McQueen, que se esmera en buscar recursos constantemente, como la
luz sobre la cama al mostrar el título, el ingenioso flahsback que
va de la cara herida a la cara sana. Agotadores planos secuencias
como el del actor corriendo. A mi juicio sobrepasa el límite en la
eterna escena de ese horrible versión de New York, New York,
aunque incluso ahí está narrando, con esa lágrima del actor.
Por otra parte, el director sale
victorioso en dos batallas: la de conseguir una atmósfera nocturna,
una ciudad del vicio, con una frialdad patente; y la de buscar la
cotidianeidad, casi un Assayas mostrándonos al detalle la
conversación con ese camarero pesado, y otros pequeños detalles que
van construyendo una imagen real. Aunque quizá aún más importante
sea el conseguir un nivel de tensión emocional altísimo, mucho
más que el nivel de sexo. Tormentas interiores.
Cine que permite al espectador mirar y
escuchar, atender y entender, sin innecesarias explicaciones,
asumiendo que el espectador formado del siglo XXI tiene la capacidad
de absorber la información sin que haya que dársela a la boca.