Escribí sobre la ópera prima de Gareth Edwards, Monsters, que gran parte de sus problemas venían de un presupuesto insuficiente. Era una película hecha con cuatro duros y había cosas que no se podía permitir incluir -a mi modo de ver, necesarias. Con su segunda película le ocurre justamente lo contrario: muere por exceso de presupuesto. Edwards ha tenido que pasar por el aro de una serie de convencionalismos que no le hacen nada bien al resultado final, pero que son garantía de éxito y, seguramente, imposiciones del estudio a un director sin nombre. El guión está plagado de explicaciones redundantes, que llegan a insultar la inteligencia del espectador medio: "Se aprecian movimientos sísmicos. / ¿Sísmicos? Eso es lo de los terremotos, ¿no?". Un argumento al uso, con el científico de turno, el militar, el gurú...
De algún modo, Edwards parece dispuesto a pagar todo ese precio para ir construyendo la película que él quiere, en la medida de lo posible. Y lo cierto es que no está falta de virtudes. Los créditos iniciales ya resultan fascinantes. Toda la imaginería de la ciencia ficción conspiranoica de los 50 en la siempre perfecta banda sonora de Alexandre Desplat, en las falsas imágenes de archivo, en la estilización de los textos para transmitir el concepto de ocultación. Ya en esta introducción deja muy claro que nos va a poner difícil contemplar al monstruo de forma clara. Vemos rastros, signos, consecuencias, sombras... En un estilo claramente deudor de Spielberg, de su Tiburón y de sus parques jurásicos, por supuesto.
Como en su anterior trabajo, Edwards sitúa las emociones más intensas dentro de los propios monstruos: la madre protectora, la pareja enamorada con dulzura, el héroe incansable... todo eso está aquí representado por los monstruos, a modo de metáfora y funciona. Pero claro, una vez más, esto no es suficiente para sostener un presupuesto como este, y aquí, experimentos, los justos. Debe haber un respaldo de chico - chica al estilo convencional, que no parece interesar demasiado al director. Así que como para que nos interese a nosotros.
Donde sí parece que ha tenido más margen de acción es en el apartado puramente estético. La secuencia de los paracaidistas, es por sí sola una pieza impecable. Un uso de los colores y las texturas grises, que parecen sacadas de un cuadro de fantasía, con líneas rojas rozando lo abstracto, con la música de Ligeti (Requiem) prestada de 2001, odisea en el espacio, creando una atmósfera muy densa, absorbente, sobrecogedora. No solo parece haber tenido libertad en este sentido, sino que esta pieza fue elegida como tema central del teaser trailer. El estudio ha sabido vender muy bien su producto: remarcando la belleza visual en el trailer y, por desgracia, arriesgando lo mínimo en el guión.
La película está rodada de una manera exquisita. Cada plano está elegido de la mejor manera posible y potencia la máximo las posibilidades estéticas. Las escenas de acción dosificadas, con el tiempo justo, sin aburrir. La destrucción se hace esperar, y hasta el final solo vemos los resultados. Me hubiera gustado, eso sí, conocer más sobre esa zona abandonada, tan deudora de su primera película, y que destila un toque emblemático. Creo que Edwards podría haber tenido ahí su película. En lugar de eso, debe recurrir a lugares comunes con los que el público se sienta seguro, y recrear las catástrofes recientes como Fukushima, los tsunamis del índico o el mismísimo 11S. Habrá que quedarse con lo bueno y obviar el resto. Y sobre todo, esperar a que Edwards por fin encuentre su lugar y nos regale definitivamente su gran película.