El formato de falso documental que utiliza Lo que hacemos en las sombras, nos es familiar. Al menos, a cualquiera que haya visto un par de capítulos de Modern Family. La cámara está constantemente presente y debemos asumir que no hay una búsqueda de verosimilitud. Del documental imitado solo quedan las formas, la estética. Y como Modern Family, esta es una versión comercial, para todos los públicos. Si la serie es una evolución mainstream de The Office, más blanca, más concesiva, más abierta; Lo que hacemos en las sombras es lo mismo a la belga Vampire. Aquel era un falso documental de vampiros, en clave satírica, es decir, exactamente lo mismo que esta, con situaciones similares, pero más minoritaria, más oscura, con un humor más turbio. Esta, sin embargo, es un caramelo, es más simpática, más inofensiva, capaz de incluir a más espectadores. Peor. Aunque como la serie, igualmente disfrutable.
Aunque falla un poco por repetición hacia el final, la mayor parte de la película se ve con una sonrisa y más de una carcajada. Los personajes tienen chispa, los actores funcionan. Las ocurrencias convenientemente disparatadas. Que nadie espere una carrera de estos dos directores neozelandeses, Jermaine Clement y Taika Waititi. Solo son dos actores que han tenido una idea para una guión divertido y lo han dirigido con el mecanismo del found footage, nada más. Y bien que nos hemos reído, no hace falta más. Sirvió para que ganara la pasada Semana de Terror, rompiendo el marcador.