El director hindú, Tarsem Singh se ha labrado una importante fama en el mundo del videoclip. Saltó a la gran pantalla con todo el despliegue visual que había aprendido en ese campo, realizando una película irregular, La celda. Allí demostró su gran capacidad para escenificar ambientes oníricos de fuerte carga psicológica. También es verdad que el guión – en el que no participaba – no era precisamente una maravilla. Se trataba de una especie de cruce de El silencio de los corderos con películas de realidad virtual. Uno de los grandes aciertos de aquella era el privilegio de contar con la diseñadora de vestuario Eiko Ishioka, ganadora de un oscar por Drácula. Ishioka creaba unos trajes para la inmersión en la mente muy similares a la temible armadura de Vlad el empalador, así como todo tipo de locuras textiles para el psicópata y para la heroína. Ahora el director volverá a contar con ella porque necesita de nuevo crear mundos increíbles.
Esta vez no habrá inmersión en la mente ni historias policiacas. Se ambientará a principios del siglo XX y nos relatará una historia de cuentos fantásticos. Aquí, el director volverá a utilizar todo su poder visual para crear una película bellísima y evocadora.
La película ganó el oso de cristal en la Berlinale y participó en el festival de Toronto. En ambos recibió reacciones encontradas. En Sitges, sin embargo, quizá por su condición de festival de género, el recibimiento fue mucho más positivo, tanto es así que se perfilaba como una de las favoritas y finalmente se hizo con el premio de mejor película en la sección oficial.
En el guión encontramos a Nico Soultanakis, productor de La celda que debuta como guionista. Con él, Dan Gilroy, un guionista con trabajos extraños y muy espaciados. Empezó con una película tan particular como Freejack, sin identidad. Hace poco escribió el guión de Apostando al límite, protagonizada por Al Pacino. Todo un interrogante para mí. Por último, el propio director también se encarga del guión, siendo esta la primera vez que lo hace. No sé que se puede esperar de este trío, seguramente muchos errores de principiantes y cabos sueltos, pero también creo que habrá frescura y muchas ganas, así como imaginación. Esto me vale mucho.
Según el director, la película se inspira en un film búlgaro de 1981, Yo ho ho. Desde luego, no es un remake, y me parece muy positivo que busque su inspiración en una obra tan poco conocida, aunque al parecer, valorada.
Los premios y la buena acogida en Sitges, el despliegue visual de Singh y la fantasía de los diseños de Ishioka son unos precedentes fabulosos. El guión será el punto más delicado, pero confío en que esté a la altura. En cualquier caso, una película obligada. No hay que perdérsela.