Crítica de la película Snowpiercer (Rompenieves) por Iñaki Ortiz

Fantasía fascinante


5/5
13/05/2014

Crítica de Snowpiercer (Rompenieves)
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película No es casualidad que John Hurt interprete a uno de los personajes en esta distopía social que le debe tanto a la ciencia ficción clásica, y en concreto a George Orwell. Y digo que no es casualidad, como mis lectores más atentos habrán deducido ya, porque él era el protagonista de la influyente 1984 que, sin ser tan impecable como la novela, ha tenido, en cine, una importancia estética cinematográfica capital en la ciencia ficción política. Otro de los grandes pilares que sostienen esta mezcla de ideas es Brazil, o si se quiere, el imaginario de Terry Gilliam, así, en general. Esa forma de incluir el humor caricaturesco sin miedo a que derribe la credibilidad del film también es muy deudor de Gilliam. Y sobre todo, la imaginación a la hora dibujar mundos imposibles y fascinantes, locuras surrealistas que muestran un puesto de sushi en un tren postapocalíptico; que sitúan la última fortaleza de la humanidad a toda velocidad sobre un frágil puente abismal, con su propia mitología; que confrontan una fiesta en un vagón fashion con los harapientos del mundo; que parodia la reeducación (Orwell, de nuevo) con una hilarantemente cursi profesora que parece sacada de los 50 en América -volviendo a la edad de plata de la ciencia ficción.

La parodia y la fantasía son inverosímiles, y sin embargo, están ancladas firmemente a nuestra realidad actual. Metáforas que pueden pecar, si se quiere, de explícitas, pero que vertebran la historia de forma más sólida que los propios vagones. El recurso es conocido: reducir a la máxima expresión la humanidad para hablar de forma simplificada de la condición humana, las luchas de clases, el capitalismo, el equilibrio, el poder, la injusticia. Como decía, Orwell tiene una gran importancia estética, con una representación de la clase obrera de principios del XX (esos niños grasientos entre engranajes, como salidos de Tiempos Modernos de Chaplin). Y quizá el personaje de la genial Tilda Swinton sea una perfecta combinación de la estética fríamente represora de 1984 y la excentricidad de Gilliam (la científica de 12 Monos, por ejemplo).

No puede estar más de actualidad el que los poderosos justifiquen su opresión ante un mecanismo que debe ser así porque el cambio nos llevaría al caos. Que lo mismo es de rabiosa actualidad, por el tema de deuda externa y demás, como podríamos decir que es una constante en el control de las masas. El miedo como autojustificación de un sistema visiblemente fallido. La película habla de eso, pero también del egoísmo innato, del peso de las circunstancias. En general, de la manera en la que nos relacionamos las personas, con su reflejo en lo grande y en lo pequeño. Y habla de mucho más. Curiosamente, con un planteamiento cercano al concepto de arca de Noé, tiene una ideología diametralmente opuesta a la película de Aronofsky, lo cual es de agradecer: al contrario que en aquella, aquí si quiero que los héroes consigan su objetivo.

Todo este contenido está encerrado en un universo absolutamente fascinante, sorprendente, evocador, que dispara los sentidos y la imaginación. Un estilo de fantástico alejado de la funcionalidad y eficacia americanas, algo entre la grandiosidad asiática de su director, el genial Bong Joon-ho; y la imaginación excéntrica y desacomplejada del fantástico europeo (la novela gráfica en la que se basa, Le Transperceneige, es francesa). Y es que hay mucho del estilo francés. Se podría pensar en las viejas películas fantásticas de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro.

El director mezcla esta fantasía visual con acción oscura, con ese gusto del cine coreano por las armas blancas y la violencia sangrienta. Consigue momentos de tensión con personajes siniestros o temibles. Esto puede convivir en armonía con el humor absurdo y las excentricidades surrealistas. Rueda la acción, y lo que no es acción, con ese increíble talento de planificación de este cineasta. Inesperados planos cenitales para una pelea en el suelo, o brillantes momentos de excitación y suspense en la pura acción. Todo ello acompañado de un gusto por atender las circunstancias emocionales de los personajes. El coreano le saca el máximo partido posible a la reducidísima premisa que se esconde entre los estrechos pasillos de un tren.



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