Whodunit. O sea, quién lo ha hecho. En este género, bien literario, bien cinematográfico, importa principalmente esto, quién es el asesino, efectivamente. El problema es que este género parte de una premisa que es en sí un problema que rara vez puede solucionarse: Generalmente, al final, que el asesino sea A o B o C nos da un poco igual. Rara vez el impacto o nuestra respuesta emocional al desenlace variaría. Debemos saber lo suficientemente poco de cada sospechoso como para que no podamos conocer más de la cuenta y adelantar la 'sorpresa final'; en definitiva, conocemos lo suficientemente poco como para que nos den un poco igual, como para que ninguno nos importe demasiado. ¿Identificarnos con alguno?, de eso ni hablemos.
Además, el segundo gran problema es que por norma atender a las evoluciones de un investigador que va desmenuzando convenientemente el misterio, a través de las pistas estratégicamente diseminadas por el escritor o guionista aquí o allá, viene a ser en casi todas estas historias una evolución ya tediosa, conocida.
Este es el material que, esta vez, ha tenido en sus manos David Fincher. Una laboriosa investigación, MacBook mediante, y una familia de sospechosos plagada de personajes que no son más que completos desconocidos para nosotros: los espectadores. Quizá por eso algunos tramos se hacen algo largos; quizá por eso la presunta escena climática, con nuestro protagonista (Daniel Craig) a punto de morir a manos del psicópata, nos resulta previsible y convencional -precisamente en Fincher, que nos ha retratado a sociópatas memorables.
Pero claro, hay dos cosas en esta película capaces de conseguir matices o al menos destellos sublimes que se elevan por encima de todo lo convencional que el grueso de la trama plantea: Una es precisamente la otra gran sociópata de Millenium, Lisbeth Salander, a quien Rooney Mara ha sacado adelante olvidándose de miedos y con un carisma salvaje; la otra, sí, es el talento como narrador de David Fincher.
Aquí se nos aparece con aciertos y desaciertos. Un tipo tan capaz a la hora de eliminar paja y condensar, a la hora de contarnos exclusivamente aquello que cuenta (El club de la lucha, a pesar de su apariencia tan extensa, tan dilatada; o La red social, son dos ejemplos perfectos) tiene aquí en el tramo inicial y sobre todo en el tramo final de la película varios momentos de flaqueza, de querer extenderse contándonos algunas cosas que, sinceramente, ya no nos interesan. Pero, en contraposición, es capaz de coger algo tan aburrido sobre el papel como horas de investigación ante el MacBook, horas repasando fotos, y horas de entrevistas aquí y allá con posibles sospechosos y testigos (llamémoslos así), y conseguir un relato con un ritmo y un nivel de interés que muy pocos directores podrían lograr.
Mi postcrítica llega desde una posición extraña, lo sé: Imagino que pocos quedarían sin conocer el universo Millenium; ni novelas, ni la versión fílmica sueca. Yo sí. Desde mi posición, me reafirmo en la precrítica. El material original, al menos tal como se deja entrever en la versión Fincher, no alcanza. Sí, Salander es un hallazgo. Un pasote de personaje. El sucio y turbio entorno familiar puede resultar interesante en las manos adecuadas (aunque no es nuevo). Pero estamos ante el clásico puzzle policiaco, un Agatha Christie nórdico y turbulento, aunque hábilmente disfrazado. Con Fincher, muy hábilmente. Está en las mejores manos.
Por cierto, sí, los títulos de crédito son un pasada. A pantalla grande, y con la música de Trent Reznor y Karen O a todo trapo, impresiona.