La película canadiense que se alzó con el Premio Fipresci narra en forma de drama verosímil e imparcial el conflicto entre Palestina e Israel. Más poética y carnal que Una botella en el mar de Gaza, más proteínica y visceral en lo que a la sinrazón del corazón atañe, es la opción comprometida de una cartelera desnuda.
En el conflicto abierto que se da entre seres humanos que no poseen culpas ni responsabilidades, la mirada cada vez menos cómplice del arte, entre él el cine con mayúsculas, cada vez tiene menos reparos en pasarse por esas tierras y gritar con fuerza lo terrible de lo que sucede.
Probablemente lo suficientemente sensible como para focalizar al espectador, lo suficientemente dura como para ser cierta y hasta lo suficientemente cinematográfica como para provocar segundos de buen metraje en escenas con suficiente clímax, parece no ser para nada una pérdida de tiempo.