Vienen a ser Stauffenberg y el resto de personajes de Valkiria (no tanto los personajes históricos como sí los personajes de esta recreación fílmica) el fiel reflejo de lo que acaba por ser Bryan Singer como comandante en jefe (director y co-productor) de la película. Y no en cuanto al fracaso final de su operación.
Antes de explicar esta idea, también remarco que lo curioso (o en verdad, lo lógico) es que si el personaje Stauffenberg es así primeramente, lo es porque Singer y sus guionistas así han decidido enfocarlo, con lo cual podríamos trazar una línea recta con tres paradas, en la que termina por quedar perfectamente claro que la premisa inicial de Singer y McQuarrie acaba por marcar a fuego todo el trabajo del propio Singer como director.
¿En qué sentido formulo esta idea? Si los personajes de Valkiria, encabezados por Stauffenberg, no tienen más vida emocional que aquella que afecta, engloba y se orienta a cada uno de los pasos relativos a su conspiración contra Adolf Hitler, convirtiéndoles en fríos ejecutores de un plan -cuya grandeza de miras les supera para alcanzar una dimensión no tanto mundial como finalmente histórica-, Singer se convierte en el frío ejecutor/narrador de una trama cuyos subniveles, pasiones paralelas o demás aristas no interesan: Singer vive por y para la conspiración, más allá de las pasiones humanas de sus personajes.
Es por esto que durante el maremagnum de confusiones post-atentado, Valkiria es, únicamente, el relato del fracaso de Stauffenberg, en primera persona. No hay más Hitler en pantalla, igual que no hay más narración tras la muerte de Stauffenberg. Tampoco lo necesita el film, entendiendo cuál es la premisa del director.
De una manera hábil, y sabiendo llevar el material a su terreno, Singer ofrece un film de suspense, de construcción milimétrica, un thriller de contexto histórico con un puñado de actores que confieren a cada centímetro de pantalla una tensión superlativa. Cierto es que alguna escena de género, de puro suspense, quizá resbale o pierda eficacia; al fin y al cabo conocemos el desenlace del frustrado golpe de estado. Pero no menos cierto y mucho más valioso es que Singer firme igualmente unas cuantas escenas de intriga sobresaliente. Ni que decir tiene que el atentado en la Guarida del Lobo es un ejemplo de perfecto pulso narrativo, con un preciso plano final de Hitler, de espaldas a cámara, previo a la explosión, que es toda una lección de cómo, dónde y por qué ha de ir cada plano. El cine ha de ser, por encima de todo, un arte de creadores y espectadores inteligentes.
La planificación lo es todo para Singer, en su manera de entender el cine, así como lo es para sus personajes. Aquí, por la propia naturaleza fría de Valkiria, asume sus propias limitaciones. Tan solo con ese hermosísimo recuerdo que el personaje de Stauffenberg visualiza a bordo de un avión -la reciente despedida de su mujer que reaprovecha en el cierre de la película-, se permite Singer unos segundos líricos en la pantalla.
Aún así, tampoco hay épica en Valkiria salvo, de nuevo, una sola excepción: Wagner atronando el hogar de Stauffenberg mientras es bombardeado. Ni condescendencias líricas ni grandezas épicas; el film de Singer es insultantemente frío, muy seguro de sí mismo y de su capacidad para narrar casi con arrogancia un hecho histórico conocido en clave de suspense.
Visto ahora, uno entiende que Valkiria no nació para ser una gran película, aunque Cruise lo haya intentado. Pero sí para ser un valioso film de género.