Steven Soderbergh es un especialista en las formas. Ya desde el comienzo de la película avasalla con un cargado estilo documental, en blanco y negro granulado muy encima de los personajes. Aunque puede llegar a resultar cargante, aporta la intensidad que le falta a los ambientes selváticos de las contiendas. La película entra por los ojos pero también por lo oídos: los abrazos, las pisadas, los apretones de mano... todo crea una ambiente donde podemos advertir la esencia de la revolución cubana bastante mejor que en el propio desarrollo del guión, sin duda el punto débil de la película.
Al abordar una biografía, y en especial la de un icono del siglo XX como es el Che, es difícil buscar el punto justo entre las síntesis y la selección. Entre resumir su vida a partir de los puntos más relevantes o centrarse en una etapa concreta que pueda resultar de interés para el autor. Ambas opciones pueden ser perfectamente válidas, pero aquí Soderbergh se queda un poco a medio camino de ambas. Por un lado, concentra su interés -aparte de las escenas en EEUU- en una etapa en la que el Che ya se encuentra inmerso en la determinación de llevar adelante su propósito, sin querer explicar la transformación de la persona en el héroe. Nos falta el puente entre Diarios de Motocicleta y esta, que casi no parecen tratar sobre el mismo personaje, y no porque ninguna de ellas falle en su retrato, sino porque no ha habido una historia intermedia (a mi modo de ver la más jugosa que espero que algún día quiera rodar Walter Salles). Como digo, me parece perfectamente lícito, pero como contrapartida no conseguimos una historia homogénea y concentrada, sino que tenemos un conjunto de situaciones representativas que pretenden dibujar la figura del personaje sólo con los trazos principales, y sin salirse de un contenido más o menos histórico más que para algún gag amable. De esta manera es difícil entrar demasiado en el personaje y la obra no tiene más interés que el que pudiera tener un documental sobre la revolución cubana - que no es poco, aunque tampoco responde a muchas preguntas que pueden estar en la mente del espectador.
Lo peor es, en todo caso, como ya comenta mi compañero Rómulo, lo reiterativo de su desarrollo. La película cae en un ciclo rutinario de hazañas bélicas que resulta pesado e innecesario. Lo que hasta la primera mitad se presenta como ágil y ameno termina en un metraje excesivo que aburre. ¿Quizá no había realmente para dos partes?
Las pretensiones de Soderbergh, desgraciadamente, están muy por encima de sus resultados, y sólo consigue un producto irregular cuyo mejor valor es la grandísima interpretación -y mejor caracterización- de Benicio del Toro, que además de hacer virguerías con su acento según corresponde, ofrece un carisma que va más allá de toda imitación.
Esperaremos a ver la segunda parte con la esperanza de que este aprobado justito suba unos puntos.