George Clooney decepciona en su tercera película como director. Después de un arranque muy prometedor, y quizá queriendo quitarse de encima su fama de tipo inquieto e incómodo para la gran industria por sus peleas y reivindicaciones políticas, Clooney se ha metido aquí a recuperar un viejo estilo de comedia que ya no se hace.
Esto, de por sí, es un problema. Esas viejas comedias no se hacen por una sencilla razón: el público ya no quiere verlas. Esto ha llevado inevitablemente al batacazo comercial de la película, que ha recaudado poca cosa, tanto en USA como en el resto del mundo. Artísticamente, esas películas se apoyaban en mecanismos hoy en día oxidados.
Aún así, era de esperar que Clooney diera con un ritmo vertiginoso, entretenido, y que se apoyara en varias situaciones ingeniosas y sobre todo en diálogos afilados que hiciesen que el rato y el dinero gastado mereciera la pena. Aún sabiendo que, al salir del cine, todos olvidaríamos la película. Pero ni siquiera ha sido así.
La película no empieza mal, y da la sensación de que tras sus primeros apuntes cómicos (el esplendor del fútbol colegial, la vaca que asiste a un sucio entrenamiento del paupérrimo fútbol profesional) Clooney quiere aportar algo más, una pincelada diferente sobre el arranque de un mundo que aquí no nos interesa demasiado (el fútbol americano) pero que por el enfoque de la cinta puede cobrar un interés diferente: la profesionalización del deporte, sus primeros pasos hacia una realidad que conocemos bien: Ya no es deporte, es negocio.
Lástima que según pasan los minutos van llegando los defectos, cada vez con más peso: La Zellwegger es insoportable. Si ya de por sí no es precisamente una preciosidad, su inexplicable manía de fruncir el ceño y torcer los morros acaban por convertirla en un adefesio antipático. Un horror. La película, para colmo, va olvidando lo poco que tenía de diferente para ir perfilándose en lo mismo que, tristemente, hemos visto ya mil veces: el chico joven y guapo, el tipo atractivo, cuarentón y curtido en mil batallas y entre ambos, su objeto de deseo y, en este caso, de pelea.
Para colmo, Clooney encamina todo, poco a poco, hacia un partido de fútbol final que no tiene el más mínimo interés. La debacle de la película se confirma con los dos giros ingeniosos que deben aportar gracia y brillo al final: la patraña del "soldado York" con que quieren ganar el partido, y el truco que monta Clooney en un arranque de inspiración para colarse en la reunión con el comisionado para el Fútbol Americano y conseguir engañar a su rival. Dos giros que tienen poco de giro y mucho de previsible.
Cierto es que, por el camino, se cuelan tres o cuatro momentos realmente graciosos (no está mal la pelea entre ambos contendientes, salpicada de todo tipo de peticiones: "no me des en la rodilla derecha, ¿vale?, la tengo algo débil todavía", "oh, vale... tú no me des en la espalda, ¿de acuerdo?"; muy bien también la conversación entre Clooney y la chica cuando comparten litera en el tren), pero son insuficientes para justificar una película que no tiene sentido hoy en día. Y menos para alguien que venía apuntando maneras de director a tener en cuenta.
Un bache gordo. A ver con qué proyecto sale de él.