Al final todo da igual. Salvo algún contado tropiezo como Ninette, José Luis Garci hace su cine, a su manera, y lo hace bien. Todo lo demás da igual. Es trasnochado, anticuado, huele a viejo, pero sigue funcionando, como un viejo R12 olvidado que aún tiene muchos kilómetros por delante. El film está como siempre repleto de las señas de identidad básicas del director: sus secuencias separadas con regularidad caligráfica por unos desfasados fundidos en negro o fundidos encadenados, sus académicos encuadres, esas secuencias que se inician con un historia contada con sosiego en la mesa de un bar donde está reunida una cuadrilla de amigos de las de antes y dura exactamente de inicio a fin de la narración. En su mayoría son recursos en desuso, y con razón, pero su cine es así, o lo tomas por entero o lo dejas.
Comprendo que su ritmo pausado saque de quicio a gran parte del público, acostumbrado a un cine moderno, ágil, tanto de forma como de contenido. Pero ese mismo ritmo me sirve a mí para ir entrando poco a poco en una historia que sí, es la de siempre, pero contada con mimo, acariciando los momentos, entrando en los personajes. Llegado el momento de la violación, la expectación es máxima, porque si te ha llegado a importar la petición de mano, ¿cómo no te va a importar una violación? El gusto por las pequeñas cosas hace que las grandes sean inmensas. A todo esto ayuda el sonido del silencio, los finales calmados, y esa voz en off que relata todo con tranquilidad y con un leguaje tan artificial como el de los diálogos que hacen uso de una licencia poética exagerada, y una vez más, olvidada.
Tenemos bellos momentos de cine clásico, haciendo uso de elementos externos. El vestido de novia blanco con el que se ensaña a tijerazos la protagonista, las postales de Nueva York… y situaciones como la del pulso, casi calcada de Horizontes de Grandeza, donde el protagonista rehusa al enfrentamiento en público pero luego veremos, al descubrir que propicia el enfrentamiento en privado, que no por cobardía, sino por principios. Un pulso, por cierto, que casi sientes en tu propia mano.
Seguramente el mayor problema es que el protagonista, Álex González, no es ni mucho menos un Gregory Peck. Tanto él como su pareja en la ficción, Paula Echevarria, no están a la altura. Ella no supone tanto problema, pero el personaje de él es crucial y necesitaría de un intérprete de mayor talla.
En parte se ve suplido por dos titanes, que aquí especialmente están mejor que nunca, hablo de Alfredo Landa con un papel hecho a su medida y Carlos Larrañaga que está verdaderamente imponente, inmejorable. La película les debe mucho. Larrañaga es todo un padrino, especialmente en la escena de la violación y Landa es más duro que Bruce Willis (un Crack). Es una pena que los personajes jóvenes no se hayan cuidado tanto, al fin y al cabo son los protagonistas. Quien sí está mejor es Fernando Guillén Cuervo.
En suma, otra buena película de Garci con tanta calma como intensidad. Él hace las cosas a su manera, como sabe y quiere hacerlas, con su estilo anticuado, pero funciona, no sé como pero funciona, y es que el R12 hasta es más aerodinámico marcha atrás que hacia delante, cosas de la vida, la vieja escuela es así.