En 2005, Vimukthi Jayasundara ganó la Cámara de oro en el Festival de Cannes con su primera película: Sulanga enu pinisa (The forsaken land). Era una cinta extraña pero hermosa, de mucha luz y como hecha a base de cuadros y composiciones, dónde sus personajes vivían en un mundo entre la paz y la guerra.
El segundo trabajo de este realizador de Sri Lanka, que se encarga de escribir y dirigir de nuevo, está basado en el final del largo conflicto de su país natal que duró veinte años y la sensación de recelo y cierta incredulidad que ella conllevaba, volviendo a ahondar en los absurdos de la guerra que ya exploró con su anterior trabajo. Un film lleno de colorido y bellas imágenes que chocarán con el contenido intrínseco de las mismas, llenas de crudeza, jugando con presente y pasado, dónde el simbolismo será de gran importancia.
Una denuncia a los horrores de la guerra y sus consecuencias posteriores, mostrada con la sensibilidad de un artista al que no deberíamos perder la pista.