Lo primero es aceptar que El consejero tiene unas pretensiones que van mucho más allá de contar una historia noir fronteriza. Más que un divertimento, quiere ser un artefacto filosófico violento y sórdido que estalle en la cara del espectador acomodado. Eso es lo que quiere ser. Y me parece una apuesta respetable, incluso admirable por su riesgo. El problema no es tanto lo que quiere ser, sino lo que es.
Obviamente, habrá que tomarse como una
licencia poética el hecho de que hasta el discreto camarero de la
tasca más sucia de México sea un docto pensador con unas elaboradas
teorías acerca de la existencia. Esta es una de esas historias en
las que todos los personajes hablan con la misma voz: la de su autor,
que pretende evangelizar con dogmas cacareados por sus personajes.
Como en las novelas/adaptaciones de Don DeLillo. Bien, para quien
guste. El problema que encuentro aquí es que no termina de llegar
hasta el final. Mientras en Cosmopolis -del citado DeLillo-
todo el ambiente tenía un tono artificioso y surrealista que
propiciaba esos discursos grandilocuentes; aquí parece que se quiera
jugar a dos bandas. Quizá es un problema entre el guionista y el
director. Quizá Cormac McCarthy quiere dejar su marca de
gran novelista de nuestro tiempo, con el que es su primer guión para
el cine -algo había hecho en televisión- con unos diálogos
metafísicos existencialistas; mientras que Ridley Scott,
pretende dirigir una película de género, elegante a la par que
sórdida, ambientada en la frontera, con ese regusto McCarthy. Quizá
sea ese el problema, que no se han entendido, o que no ha habido un
guionista intermediario adaptando las grandes palabras a grandes
imágenes. Algo como lo que hicieron los Coen con No es país para
viejos, rodando una película que casi hasta el final era puro
género, donde se respiraba la muerte y los institnos sin necesidad
de que fueran verbalizados abiertamente; y que reservaban
unas secuencias finales para dar una voz más directa a McCarthy.
Sea como fuere, el hecho es que por una
vez, quien falla no es Scott. Su dirección es firme, muy elegante en
algunas escenas mientras que es seca y violenta en otras. La
sordidez, el olor a muerte y alcohol se perciben igual de bien que la
refinada comida de un restaurante de alta cocina, o la fascinación
de un diamante de alta gama. El lastre viene con una estructura sin
flow, torpe, esclava de largos diálogos que dentro de la película
en conjunto resultan en muchas ocasiones, ridículamente pedantes y
muy fuera de lugar. Algunos, observados de forma aislada, captan la
atención y resultan ser secuencias apreciables, pero son minoría.
El verdadero punto negro, a mi
modo de entender, es que incluso, aceptando su juego de pedantería,
los diálogos -monólogos muchas veces- no están a la altura. Un
planteamiento tan pretencioso requiere de unos pensamientos
suficientemente elevados como correspondencia, y se escuchan
demasiadas simplezas e insensateces. Tampoco ayuda la imagen plana de
los personajes femeninos (poco presentes normalmente en las
adaptaciones de este novelista), que sirven solo como punto de vista
sexual: la recatada y la que restriega su coño sobre el parabrisas.
Esto viene acompañado de un par de frases tópicas que empiezan por
"las mujeres son" o "las mujeres quieren". En lugar de salir del cine con varias grandes sentencias golpeando mi memoria, salgo con la sensación de que McCarthy ha estado hablando por hablar.
Un gran reparto, que cumple y, como
digo, un buen trabajo de Scott. Pero este guión no hay quien lo
levante. La película se sigue con cierta atención, eso sí, si te
atrapa su intermitente calidad y te hipnotiza su capacidad de
provocar, a ratos, vergüenza ajena.