Crítica de la película La Cinta Blanca por Hypnos

Hielo ardiente


5/5
21/01/2010

Crítica de La Cinta Blanca
por Hypnos



Carátula de la película Vaya por delante, para que no quede ninguna duda, que La cinta blanca me ha parecido la mejor película que he visto en cine en muchísimo tiempo.

Lo primero que me llama la atención del nuevo film de Michael Haneke es la madurez del mismo y, en esencia, la madurez de su propio cine. Desde su primer film, El séptimo continente, Haneke se ha preocupado por investigar la violencia, como el estrato más humano, a la par que oscuro, del alma. Algo que ha mantenido a lo largo de todas sus películas, que pretenden entender determinadas acciones de seres humanos, sobre todo que tengan que ver con actos violentos que, en esencia, son considerados como antihumanos, por entender que el cine de Haneke es un cine del instinto de supervivencia.

En El séptimo continente, como decía, Haneke construye su película como una especie de crónica ficticia que dé sentido a una noticia que se encuentra en la prensa. Desde ese film, Haneke nos habla en el resto de su filmografía, quizá con la excepción de El castillo, de la violencia, de lo primario de la misma en el contexto de lo social. Sus películas no son abiertas críticas sociales, pero tampoco son frías cavilaciones metafísicas.

Con este proceso fue creciendo en sus siguientes películas hasta conseguir enraizar su enfoque en la violencia que late, en concreto, en la desfasada burguesía acomodada europea. Desde El vídeo de Benny a Caché, pasando por La pianista.

En estas películas siempre encontramos un elemento externo que, en ocasiones, suele desatar dicha violencia, plasmado de una manera mucho más clara en Funny Games. Un elemento externo que, en cambio, no se encuentra en esta película, donde todo surge desde el interior. Es su película más completa porque es capaz de contar el deterioro de una sociedad desde sus propias creencias, desde su propia esencia, sin injerencias externas. La cinta blanca quizá haya que recibirla como el colofón del método de análisis que ha estado desarrollando Haneke durante veinte años.

¿La película trata de explicar cómo fue puesto el huevo de la serpiente, cómo surgió el germen del nazismo? Sí y no. La película trata sobre lo que siempre ha tratado el cine de Haneke, valiéndose del ejemplo de una parte muy concreta de la población alemana de comienzos del siglo XX. Hay, por supuesto, otros muchos condicionantes en la reacción alemana del Tercer Reich, que tienen que ver, sobre todo, con la mala gestión de la victoria por parte de los triunfadores de la Primera Guerra Mundial.

Recuperando el estilo narrativo utilizado por el propio Haneke en El castillo, con una voz en off que muchas veces es meramente descriptiva, y que se limita a contar, una vez más, unos hechos, como si de un artículo periodístico se tratase, a través de lo que el maestro vivió y a él le llegó.

La película presenta los acontecimientos como un ligero mcguffin, una trama de aparente suspense que no tiene demasiado interés para el espectador, con una dilatada presentación de los personajes y del ambiente, necesaria, para que la última hora y media de película uno se quede literalmente pegado a la butaca.

Poco o nada interesa quién es el responsable de las diferentes agresiones, por todos conocido a los pocos minutos de película, sino que Haneke consigue que los personajes nos entren y nos interesen, nos conmuevan y nos repelan a partes iguales.

El efecto lo consigue con una dirección absolutamente soberbia, planificada al detalle, que destila una elegancia y una clase de maestro. En estos tiempos en que la gente cree que si no se graba con cámara al hombro, el punto de vista es frío y académico, Haneke da un recital de hielo ardiente. Frialdad para ir diseccionando la densidad de lo que pretende contarnos, y calor porque sufrimos incluso con lo que no vemos, es una oda a lo implícito y a lo sutil por parte de un director caracterizado por lo contrario.

Varios son los planos en los que no que sucede en cuadro te estremece. Por ejemplo, el correctivo del pastor a sus hijos, con un plano de una puerta cerrada; el velatorio de la campesina en la habitación; y ese escenón de puro suspense en el que seguimos los andares desorientados del hijo pequeño del doctor mientras busca a su hermana.

Cada plano es una maravilla de planificación y Haneke crea auténticos cuadros que podrían colgar en cualquier museo de postín, con un blanco y negro exquisito, que recuerda, cómo no, a Dreyer, desde La palabra a Gertrud, sobre todo en la discusión que mantienen el conde y su mujer, antes de que se comunique la muerte de Francisco Fernando. Mención especial merece, a nivel de planificación, la escena en la que el maestro se enfrenta a Anna y a su hermano. Un plano y contraplano, siempre con Anna en medio, aun cuando el maestro interpela a su hermano, con la luz iluminando a uno y ocultando al otro. En definitiva, una auténtica lección de cine que se permite hasta prescindir de banda sonora.

Horas podría pasar escribiendo sobre esta película de la que ya tengo ganas de un segundo visionado. Un capolavoro, sin duda.




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La Cinta Blanca en festivales: Festival de Cannes 2009 , Festival de San Sebastián 2009 , Festival de Estoril 2009




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