“El camino de los ingleses” es la punta de un gran iceberg que se sumerge bajo las oscuras aguas de una adaptación sesgada. Queda mucho por descubrir de estos jóvenes personajes y de las historias que van apareciendo furtivamente y desaparecen sin ruido. Seguramente una lectura de la novela original profundizará en todo esto y dejará claro y bien definido todo ese universo del iceberg que se encuentra bajo el nivel de la superficie.
Pero no con esto quiero decir que esta sea una película superficial, ni mucho menos. Antonio Banderas, ante la imposibilidad de ofrecer todo ese lujo de detalles que nos regalan los libros ha construido su película apoyada más en las sensaciones que en las historias. Se trata de una película que debemos sentir más que seguir. Para ello, la elegante fotografía de Xavi Giménez y la más que voluntariosa dirección de Banderas se ponen al servicio de un universo de brisas y lluvia templada que nos introducen de lleno en ese último verano de juventud. En esto la película se muestra sobresaliente y sin duda se presenta como su mejor valor. Esas hojas que se mecen continuamente detrás de los personajes o esa lluvia junto al bar son muy gratificantes.
Se une a ello esa pedante y artificial declamación que tan bien le sienta al conjunto. Con un sorprendente Fran Perea a quien le sienta de maravilla el acento malagueño, y que consigue una modulación de voz sólo comparable a la siempre interesante Victoria Abril que también acaricia sus monólogos con una delicadeza que le da validez por sí misma. Quien quiera escuchar las palabras y olvidar por un momento la formalidad del realismo podrá disfrutarlo, y seguramente captar mucho de la adaptación que ha hecho Antonio Soler de su propia novela.
Quien también ha sido sorpresa grata para mí ha sido el protagonista, el joven Alberto Amarilla. Aunque quien más me interesado ha sido ese visceral Raúl Arévalo que está francamente bien. Cometarios aparte para el gran Juan Diego. Participa poco pero está muy bien. Un conjunto de intérpretes, por tanto, a los que se les ha sacado mucho, (se nota cual es el primer oficio del director) y que junto con la ambientación conforman la columna vertebral de la película.
Me gusta este tipo de adaptación que busca recrear la esencia en lugar de abarcarlo todo, pero esto también tiene la otra cara de la moneda. Quizá la película deje una sensación demasiado indefinida, y más allá de haber sentido el cálido sol de la piscina y los amores pasajeros de juventud, uno puede sentirse desorientado, sin una base a la que aferrarse, esto resta mucho a la película.
En todo caso un trabajo interesante, complejo y desde luego muy personal. Un trabajo sugerente, que no es poco.