La
pequeña Venecia es una película muy sencilla que huye de
cualquier acrobacia argumental o adorno innecesario. La historia,
que parece muy marcada por un tiempo y un lugar, no puede ser, en
realidad, más universal. Dos personas que conectan, podríamos
debatir sobre los verdaderos sentimientos de cada uno -él enamorado,
ella quizá no- pero que simplemente conectan, se necesitan y se
aportan algo bueno. Dos personas y la sociedad, la circunstancia, el
contexto; en definitiva: el conflicto, las barreras. China, Yugoslavia,
Italia... da igual.
La película juega con un material tan
sencillo y sensible que sin excesivos alardes de poesía -alguno hay-
conmueve y convence. Los dos protagonistas están muy a la altura,
con un poso emocional denso sin ningún alarde interpretativo.
Lástima quizá que cierto giro final sea un golpe fuera de lugar,
dentro de una obra tan comedida.
Por supuesto, hay más, tenemos una
denuncia directa a las condiciones lamentables de las mafias chinas y
como la sociedad del país en cuestión -en este caso Italia, pero
podría ser España- lo tolera. Y como los ciudadanos autóctonos, no
sólo no son afectados sino que además colaboran inconscientemente,
con sus prejuicios raciales, a la marginación que provocan estas
mafias. Un tema del que no se habla lo suficiente porque no nos
afecta de forma directa. La película no entra demasiado en detalle,
pero con un par de retazos ilustra de sobra la situación. Con muy poco, no resulta insuficiente en ningún aspecto, al contrario.