Crítica de la película Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! por Iñaki Ortiz

Humor aburguesado


2/5
26/03/2014

Crítica de Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Guillaume Gallienne, hasta ahora actor, desde esta película, "autor consagrado", se desnuda. No, no físicamente... eso casi. Desnuda sus vivencias, sus sentimientos, sus traumas. Según el director, gran parte de lo que vemos en la película ocurrió en su vida. Las sevillanas, el colegio inglés, la mujer del final, que se llama como en la vida real, Amandine... El propio título proviene, según dice, de una frase real de su madre. Gallienne se limita a contar su experiencia, pero a través de un marcado filtro de ficción.

Antes que película, esta era una obra de teatro, escrita por el propio Gallienne, en la que interpretaba a todos los personajes. La obra ya era, por tanto, una forma bastante personal de exorcizar sus recuerdos. Lo más interesante de la adaptación al cine es el juego de espejos que supone. Por un lado, la obra es el material original en el que se apoya la película, pero por otro, también es un elemento dentro de la película, una experiencia real más que ha acumulado en su vida después de haberla escrito. Esta particularidad consigue el que, para mí, es uno de los momentos más salvables de la película: Su madre en el público del teatro, ya no está interpretada por él mismo, lo que nos hace intuir que puede ser su madre de verdad; conmocionada ante una obra que va dirigida a ella. Un momento de vértigo en el abismo de la ficción. Por cierto, no, no es su madre de verdad.

Sin duda este es el valor de la película, que se refuerza con un eficiente montaje que rompe continuamente el escenario, una especie de versión muy básica y sin excelencia del Anna Karenina de Joe Wright. Además, cuenta sus recuerdos a través de una capa de ficción histriónica y fabulada, para esconder el drama detrás de una cara sonriente -algo similar a lo que conseguía Benigni en La vida es bella. Bien, pues el planteamiento no está nada mal. El problema es la ejecución.

El autor se limita a contar su vida y a envolverla en ese tono de fábula, sin dar con un solo momento realmente cómico. Todo el humor es vulgarmente zafio sin llegar, por exceso, a resultar transgresor. Es un continuo de chistes de mariquitas de otra época, con un añadido escatológico light que no puede llegar más que a alguna señora despistada. Es posible que en Francia puedan funcionar ciertos chistes, que se basan en la ruptura traviesa de ciertas normas de conducta encorsetada tan propias del país vecino, pero aquí está claro que no funciona. Humor aburguesado que, junto con lo pretencioso de la propuesta general, hace que la película resulta rancia, estirada, apestando a naftalina. No solo en contenido falla esta comedia, no solo son chistes simplones, sucede algo mucho peor: carece por completo de un ritmo adecuado. Los chistes no se rematan en el momento preciso, quedan abiertos y sobreexplicados. Una comedia sin flow pierde toda su gracia.

La cuestión del teatro no termina de funcionar. Usa los recursos del medio, los camerinos, el maquillaje, el vesutario, fomenta el concepto de disfrazarse para descubrirse, la mentira del teatro como la gran verdad. Es una especie de All That Jazz pero a cámara lenta sin jazz; un Todo sobre mi madre donde Gallienne es una mediocre gran dama de la escena, a años luz de Marisa Paredes. Le ocurre como al personaje bailando sevillanas: no tiene duende.

Por otra parte, la fabulación de la historia termina convirtiéndose en un subrayado redundante que, para colmo, está acompañado de una constante narración. Para terminar, el mensaje implícito, buscado o no, acerca de la orientación sexual, resulta bastante reaccionario, lo que no ayuda demasiado a un final poco creíble de la historia. Y es que, que sea real no lo hace verosímil.

Los cinco César, incluyendo mejor película y guión adaptado, solo lo puedo achacar a que definitivamente los premios de las academias no funcionan.



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