El veteranísimo Mike Nichols, responsable de viejas glorias como El graduado, parece querer reciclarse ahondando en la búsqueda de una renovada personalidad apoyada en el sarcasmo más cínico y directo. Así lo hizo con mucha sangre fría en Closer, película que le quedó sinceramente muy bien. Muy lucida, muy lúcida. Inteligente y muy bien trazada. Ahora, en cambio, opta por un perfil más grueso, cachondón, menos sutil, abiertamente caricaturesco.
Lo hace basándose en una figura real, la del propio Charlie Wilson, senador que da título a la película y que afronta Tom Hanks ligeramente fuera de su registro más habitual, aunque vuelva con él una vez más a la comedia, ese género que domina de modo tan apabullante. A su lado, una Julia Roberts que se limitará a explotar el registro de mujer potente y poderosa, sin aportar nada demasiado especial. Nunca lo tuvo; no lo va a encontrar ahora. En ocasiones, bien llevada, su presencia aporta lo suyo; la más de las veces, es solamente Julia Roberts, nada más.
Quien sí es una garantía en el apartado actoral es Philip Seymour Hoffman: es uno de los actores más versátiles, talentosos, brillantes y capaces del panorama internacional. Cierto es que su físico le condiciona ligeramente, sabemos que hay un cierto tipo de papeles en los que nunca le veremos. Pero ni falta que le hace. Su talento interpretativo y su inteligencia y soberbia le llevan a buscar nuevas apuestas sin reparar en riesgos y , apoyándose en una loable capacidad de transformación física, está trazando una trayectoria espectacular. De aplauso. Aquí, sin ir más lejos, será el contrapunto perfecto al buscado carisma de Hanks.
La película explotará el lado más cómico (patéticamente cómico, de acuerdo, pero cómico al fin y al cabo) de la situación política internacional; especialmente de un episodio concreto de la historia reciente, en el que cómo no EE.UU. tuvo mucho que decir, y que sirve para comprender un poquito más el momento exacto que vivimos hoy día. Todo esto contado con esa retranca que Nichols quiere subrayar como estilo y seña de la película.
El guión será importantísimo para que la película funcione. Aaron Sorkin se encarga de adaptar el libro de George Crile; lo cierto es que en el curriculum de Sorkin no hay mucho cine, y sí mucha tele, pero no parece casual que algunos de sus trabajos anteriores tengan cierta carga política: Ahí está la teleserie El Ala Oeste de la Casablanca. Pero La guerra de Charlie Wilson es otra cosa, otro rollo, otras intenciones. Aquí hay que hacer reir, y no pido ya que haga pensar, que también sería lo suyo en una película como esta.
Seguramente este último punto quede algo en el aire, o peor aún: definitivamente sepultado. Dudo que acabe por sacarle punta del todo al material con el que juega. Y es una pena. Pero, con un poco de suerte, por el camino nos quedan varios gags bien divertidos y un par de personajes bien llevados. Será cosa de Hanks y Seymour Hoffman.