Es una comedia que solo tiene una intención: hacer reír al espectador. Que no es poco, o al menos, no es fácil. Que lo consigue está claro, quien haya estado en una de las salas abarrotadas habrá oído las risas. Sobre mi opinión personal de si es efectivamente divertida, diré que me he reído unas cuantas veces durante la película. Pero si en gustos ya hay variedad, en aquello que nos hace gracia a cada uno hay un mundo. Lo que sí puedo valorar es que hay un flujo de chistes inagotable, algunos de ellos ingeniosos, otros más evidentes, pero que por fuerza bruta, es probable que consigan su objetivo. No pretende innovar en el humor, al contrario, se sujeta bien a lo que se sabe que funciona. Y funciona.
Funciona en gran parte por la gracia de los actores. Dani Rovira, que ni siquiera es actor, es directamente un cómico, un monologuista. Como si hubiera una placa grabada en algún lugar de la oficina de producción donde dijera: El único objetivo es hacer reír. Clara Lago, en un papel menos cómico pero muy convincente y enérgico. Pero la palma se la lleva Karra Elejalde, en una brillante caracterización de ese vasco de pueblo, bruto pero noble, seco y soso como un tronco. Borda sus gestos, sus formas, su manera de hablar. Es verdad que Elejalde no es un actor especialmente versátil, pero cuando le dan un papel a su medida, lo hace genial. Carmen Machi, por supuesto, tampoco falla.
El único objetivo es hacer reír, y se ve claramente en el guión. Una sucesión de chistes y situaciones, con un argumento que cada vez que asoma, con cualquier expectativa que vaya más allá de unir los gags, resulta ridículo y empachoso. Afortunadamente, no tiene ninguna importancia y pronto el siguiente chiste barre del recuerdo cualquier poso. El humor se basa en el tópico sin pudor y eso es lo que le salva: su plena consciencia y evidencia de que está jugando con la exageración y el prejuicio.
Y como el único objetivo es hacer reír, la dirección de Emilio Martínez Lázaro -esa especie de rey Midas de lo superficial- es absolutamente plana, sin el más mínimo rastro de talento. Una estética de gag televisivo. No llega ni a telefilm. Y alguno me dirá que eso aquí da igual, que hemos venido a reír, y a que el público no tiene ningún interés. Yo creo que el público disfrutaría mucho más de la película con una dirección briosa, fresca, con energía, con más color. El propio Cobeaga podría haber hecho un trabajo más agradecido. En todo caso, está claro que esta película quiere funcionar con lo mínimo. Al menos, con este mínimo, he disfrutado soltando alguna carcajada.