Escuchando hablar a Javier Rebollo, podría parecer que nos encontramos con uno de los mayores genios del séptimo arte del siglo XXI. Ideas claras y precisas, una intención puramente artística, búsqueda, homenajes. No paro de oírle y leerle hablar de Godard, a quien ya hacía un homenaje en su anterior película. Leo (en asombrosamente amplio reportaje de Cahiers) cosas como que cuenta con una paleta de colores para la fotografía, que es nada más y nada menos que un cuadro de Paul Klee, Sonido Antiguo, como parte de un completo y decidido preproceso artístico mano a mano con Santiago Racaj, el director de fotografía. Parece un genio, habla como un genio.
Y sin embargo, al ver su primer largometraje, Lo que sé de Lola, todo ese ilusionismo artístico se va al traste. A Rebollo parece faltarle algo que muchas veces puede resultar útil: talento. Si nos ceñimos a los resultados y no a las intenciones, al proceso, o a las pretensiones, aquella resultaba una película tediosa que no terminaba de aportar nada más que un fallido intento de diferenciarse a toda costa de los cineastas vulgares.
Pienso en Jaime Rosales, otro grandilocuente cineasta con grandes pretensiones, y veo un resultado, quizá polémico, irregular, dudoso, pero con potencia, con una justificación ante tanta pretensión. Esto es algo que no he visto por ningún lado en Lo que sé de Lola, que simplemente era aburrida y vacía, exceptuando un par de amagos de ingenio.
Lo cierto es que este segundo largometraje, que vuelve a contar con la genuina Carmen Machi, vuelve a encontrar su sitio en el festival de Cine de San Sebastián, y en plena sección oficial, una vez más. No puedo ser demasiado crítico con una decisión que podría apoyarse, si quisiera, en varios premios ganados por su anterior trabajo en algunos festivales, incluyendo el tremendamente irregular premio FIPRESCI (un galardón al que nunca terminaré de coger el punto).
Quizá en este segundo trabajo veamos algo más interesante, pero no achacaría el tedio de su anterior trabajo a la inexperiencia. Me temo que el guión volverá a ser una balsa a la deriva, golpeada por las olas de la pretensión. Menos teorías definitivas y más talento. Que no vuelva a haber más cine en la rueda de prensa que dentro de la sala.