Entre momentos históricos e imaginación, con mayor peso en el lado probado de las cartas, Cronenberg se olvida de su estilo y prefiere darse a una historia que se sirve a sí misma en una escalada de ciencia psicológica potentemente encerrada en sí misma. Jung y Freud son desvelados con acción teatralizada pero verso cinematografiado, ella, simplemente está bien acompasada en una dicotomía de enlace entre ambos que nos ayuda a entender ciertos límites de mente abierta para la época y la ciencia del momento.
Situados en ese encierro, con la mayoría del público rendido por dejarse llevar o por pasar del lado del film más profundo, simplemente nos queda disfrutar del ensimismamiento de la evolución de un personaje central con Fassbender de nuevo exquisito. La maravilla del film es su candidez, lo peor sus hermético lugar de trabajo entre la preocupación y la desesperación con la locura de por medio, diatribas nada comerciales.
Sin opciones de comparación el film procede del interés profundo por los recovecos de la esencia humana más insegura y febril que se investigaba en los momentos del paso de la psicología desde lo oscuro hasta la ciencia pura y dura. En ese juego terrible, el sexo y el amor, la obsesión y la conciencia juegan a lo grande en una trama y muestra moldeada a base de fe en una historia que muchos reconocerán impensable. Cronenberg la puede pensar.