La película que acabo de ver es el típico ejemplo de cineasta que quiere ser independiente ante todo. Esa búsqueda deliberada hace que el film no sea un resultado, sino un vehículo, y naufrague en la Isla Fallida.
La película arranca con un portentoso plano fijo inicial que dura varios minutos, que atrapa todo mi interés, sobre todo por esa niebla que va dispersándose poco a poco, por esa fotografía, y por ese momento en el que hace acto de presencia el crédito del título de la película.
A partir de ahí el film comienza su lento naufragio. Lento porque la cadencia es lenta, disgregada, deslabazada, no consigue meterte nunca en la comunidad cerrada de personajes que está retratando, te quita cualquier madero para mantenerte a flote en la película, hasta que, de pronto, te ves tan fuera de ella que nada de lo que va a suceder te importa.
Uno aguanta el sueño como puede durante casi hora y cuarenta y cinco minutos hasta que, de pronto, Wiedersphan decide volver a incidir en su idea principal, en el desencadenante, que es bueno y muy aprovechable (pero nunca como lo ha hecho él, ha cometido el error del principiante: querer abarcar demasiados temas a la vez), y nos mete la escena del suicidio del chico. Me gusta, tiene garra, le devuelve sentido a todo. Pero otra vez más se pierde y nos mete en una escena climática sin interés y en la que no se atreve ni a ofrecernos una explicación.
Me quedo, aparte de lo que he dicho, con la escena de representación de la magdalena de Proust con la tostada, y con la silueta de Strathairn de espaldas. Poco más, demasiado poco.