Ya está aquí, la blanca Navidad, la dulce Navidad. Una lástima que, a efectos cinematográficos, suela ser una época inmunda, infumable. Y es que productores y distribuidoras de medio mundo están convencidas de que las vacaciones de los pequeños de la casa aseguran su presencia masiva en las salas de cine, así que vía libre para atiborrarnos a comedias estúpidas, más infantiloides que infantiles y, de hecho (y mejor dicho), más estúpidas que infantiles.
De tanto en tanto suelen surgir inesperadas excepciones, pero suelen reconocerse ya desde cierta distancia. Desde luego no es el caso (es evidente, sin ni un pequeño margen de error) de esta enorme chorrada de película. Es sinceramente descorazonador tener que elaborar pensamientos mínimamente reflexivos, críticos y sensatos sobre un producto como este, tan falto de interés creativo y tan directamente dirigido a hacer dinero fácil en taquilla sin una mínima molestia por hacer las cosas bien.
A quien se le ocurrió poner la pasta necesaria para sacar adelante esta producción, para dejar las cosas claras desde el principio, eligió ya por si acaso como realizador a un tal Paul Feig, con más carrera como actor que como director, y que casi al 100% ha trabajado hasta ahora únicamente en televisión. Idéntico bagaje , por cierto, el de los guionistas.
Hay algo positivo. Parece que de momento el público no responde demasiado bien. Tanto mejor. Lástima que los que tienen el dinero nunca suelen enterarse demasiado e insisten, insisten, insisten con lo mismo...