Un lenguaje de alto nivel, en
programación, sirve para que las personas puedan programar sin tener
que pensar como una máquina, es más intuitivo. En cierta manera
esto es lo que vemos cuando el protagonista juega con esa interfaz 3D
tan vistosa. Su forma de programar una inteligencia artificial no
pasa por complicadas funciones matemáticas, algoritmos genéticos
(citados con acierto por la profesora) o otros tecnicismos sin
interés para la mayoría de los espectadores. Usa paquetes
prefabricados mucho más intuitivos, de alto nivel, como el orgullo,
la ira y el resto de las clasificaciones que pueden conformar una
personalidad y que se mueven más en el campo de la psicología que
en el de la computación. Lo que se trabaja es la inteligencia
emocional y a un nivel de detalle que no se plantea si los sujetos
tienen o no sentimientos, sino que matiza concretamente el tipo de
sentimientos y su nivel de intensidad.
Y creo que este es el gran acierto y la
diferenciación de la película, que por otro lado trata las
cuestiones clásicas de la ciencia ficción de I.A., es decir, los
límites de la humanidad, la consciencia, la vida y la muerte, el
valor intrínseco de los sentimientos. Todo eso está tratado con
toda corrección, pero como digo, lo diferenciador está en el punto
de vista muy por encima de chips y jerga técnica, se aborda
directamente desde las emociones puras, algo, a mi modo
de ver, bastante novedoso. Esto entronca directamente con la trama de
drama romántico de los protagonistas, dejando, más que nunca, los
elementos de ciencia ficción como una pura herramienta para un guión
más centrado en los sentimientos. No está tan lejos de un triángulo
amoroso al uso en el que Eva simplemente sea una hija fuera de la
pareja. Quizá el punto débil se encuentre en el desenlace, que
aunque emotivo, no deja de ser la consecuencia lógica y quizá le
falte un punto de sorpresa o simplemente fuerza.
En cualquier caso, una historia contada
de una manera muy elegante por Kike Maíllo que rehuye pintar
un universo futurista y para ello trabaja con una ucronía en la que
coches viejos (incluso para hoy en día) se mezclan con mayordomos
cibernéticos y la identidad nacional queda un tanto desdibujada con
unos nombre "internacionales" y unos españoles en Suiza, o mejor
dicho en medio de la nieve neutra. Es decir, descontextualiza
completamente para que nos olvidemos de esa cuestión. Con una
estética muy cuidada, de frío y jerséis de lana entre tecnología
de diseño, consigue una personalidad propia y un tono muy serio. Nos
habla de como se disuelve en la nada la configuración de nuestra
personalidad en la muerte (aquello de "todo esto se perderá como
lágrimas en la lluvia") y también de cómo transmitimos en cierta
manera nuestra personalidad a nuestros hijos. Una obra muy ambiciosa
que alcanza muchos de sus objetivos.