La cámara siempre pegada a los
personajes, con un ángulo cerrado claustrofóbico. La imagen muy
granulada, aunque podría esperarse una imagen limpia, fría y
perfecta (como la de un cisne blanco), parece que Darren Aronofsky se ha enfundado el disfraz de cisne negro para tomar las decisiones
estéticas. Consigue un clima agobiante, cerrado, obsesivo, sin aire.
Ya desde la primera secuencia, el baile en el sueño, donde la cámara
es un bailarín más, casi una vista subjetiva. Brillantemente
apoyado en el trabajo de sonido, con esos aleteos, esas pisadas, esos
susurros, la película consigue cautivar desde el primer minuto. El
director también vuelve a echar mano de la dentera y lo
desagradable, como hacía en Requiem por un sueño, esta vez
usando las uñas y la sangre.
Nos cuenta una historia
obsesiva, de locura, cercana a su ópera prima, Pi,
aunque también con muchas referencias claras a otras películas,
como ya han comentado mis compañeros, la evidente relación con La
pianista o Persona.
El argumento es sencillo y las cartas pronto están sobre mesa, los
pequeños giros de thriller psicológico no están en absoluto
ocultos. Aronofsky juega a los paralelismos de la película con la
obra, de manera muy ajustada, al tiempo que se adentra en la mente de
una intérprete entregada, que debe ser capaz de adoptar
personalidades opuestas -en este caso en la misma obra- para tratar
así ese trastorno de personalidad que parece tener un artista
entregado.
Todas las alabanzas son pocas para
Natalie Portman, que consigue que el tremendo mérito de
parecer una bailarina profesional (al menos para un profano
como yo) no sea ni siquiera la mejor de sus virtudes. Y es que el
verdadero punto fuerte lo demuestra en su transformación. Primero es
capaz de encarnar a esa muchacha introvertida y reprimida,
haciéndonos sentir su rigidez con cada uno de sus músculos y
articulaciones. Está claro que también ayuda el director,
incluyendo esos crujidos, y esos primerísimos planos de pies
calentando. Pero el rostro (y el cuerpo entero) de la actriz no puede expresar mejor esa
idea de que necesita soltarse, divertirse y explorar abiertamente su
sexualidad. Por supuesto, todo para volcarse al otro extremo, en los
momentos contados en los que aflora el cisne negro. Portman está
increíble, y alejada de su clásico papel de cara bonita.
Por supuesto, la banda sonora es
importantísima, y aquí el trabajo del siempre genial Clint Mansell es
excelente. Con una sutileza no muy propia de él, pero con una
intensidad muy reconocible. En este corte que se repite varias veces,
se aprecia claramente lo sutil e inquietante de la banda sonora.
Una película intensa y agotadora.
Espeluznante y bella. Quizá la mejor película del director hasta la
fecha.